Churchill y De Gaulle

Las relaciones entre Winston Churchill y Charles de Gaulle nunca fueron fáciles. El general francés, desde su autoproclamación como “la voz de Francia”, pretendíó siempre ser tratado uno más de los estadistas aliados, al nivel de Churchill, Roosevelt y Stalin, a pesar de que no tenía mucho que aportar al esfuerzo de guerra común y ni siquiera estaba claro su liderazgo sobre la Francia Libre. Su arrogancia y sus desmesuradas exigencias le hacían chocar continuamente con el Primer Ministro británico, que consideraba a De Gaulle más bien un simple refugiado al que caritativamente habían acogido en Inglaterra. Como forma de expresar las molestias que le producía el general, Churchill solía decir: “Todos llevamos nuestra cruz. A mí me ha tocado llevar la Cruz de Lorena” (la Cruz de Lorena, el emblema histórico de la Casa de Anjou, fue elegido por De Gaulle como insignia de la Francia Libre). Un día, cansado de sus continuos enfrentamientos, Churchill propuso una forma de deshacerse del molesto líder francés: “Tengo un plan. A partir de ahora no le suban la botella de leche a su habitación, inutilicen el ascensor, y ya verán cómo la Francia Libre nos presenta la rendición en menos de una semana”.

En sus memorias Churchill reconoce sus problemas con De Gaulle, pero da una explicación bastante curiosa del motivo por el que el general tenía un comportamiento tan desagradable en su trato con los ingleses:

(...) Le parecía esencial para su postura ante el pueblo francés mantener una actitud orgullosa y altiva con respecto a la “pérfida Albión”, a pesar de ser un exiliado que dependía de nuestra protección y vivía entre nosotros. Tenía que ser descortés con los británicos para demostrar a los ojos franceses que no era un títere nuestro. Sin duda llevaba adelante esta política con perseverancia. Incluso un día me explicó su técnica, y comprendí plenamente las dificultades extraordinarias de su problema. Siempre admiré su increíble fuerza.

La verdad, resulta difícil de creer que la actitud orgullosa de De Gaulle fuese un papel que interpretaba de cara a los franceses. Recordemos que el propio De Gaulle solía decir “Yo soy Francia”. Además, sus enfrentamientos no eran habitualmente de cara al público, sino en reuniones privadas, a menudo para tratar cuestiones confidenciales.

Más adelante, Churchill vuelve a referirse a sus problemáticas relaciones con el general francés. Lo menciona cuando explica las dificultades que tuvieron estadounidenses y británicos para conseguir que De Gaulle aceptase colaborar con Giraud después de los desembarcos aliados en los territorios franceses del norte de África. En esta ocasión parece abandonar la teoría de que De Gaulle estaba en realidad interpretando un papel, y da una explicación más “patriótica”: su comportamiento no era otra cosa que la representación de la personalidad francesa:

(...) Es cierto que tuve con él dificultades permanentes y un fuerte antagonismo. No obstante, hubo un elemento predominante en nuestra relación. No podía considerarlo un representante de la Francia cautiva y abatida, ni tampoco de una Francia que tenía el derecho de decidir libremente sobre su futuro por sí misma. Sabía que no le tenía ninguna simpatía a Inglaterra pero siempre reconocí en él el espíritu y la concepción que, a lo largo de las páginas de la historia, proclamaba la palabra “Francia”. Comprendía y admiraba su arrogancia a pesar de que me molestaba. Así era él: un refugiado, exiliado de su país bajo pena de muerte, en una posición totalmente dependiente de la buena voluntad del gobierno británico, y ahora también de la de Estados Unidos, sin ningún punto de apoyo efectivo en ninguna parte y sin embargo lo desafiaba todo. Siempre, incluso cuando peor se comportaba, parecía expresar la personalidad de Francia: una gran nación, con todo su orgullo, su autoridad y su ambición. Decían, en son de mofa, que se consideraba el representante vivo de Juana de Arco, de la que dicen que uno de sus antepasados fue un partidario ferviente. A mí no me parecía tan absurdo.

Sobre la idea que tenía Churchill de la personalidad francesa hay una divertida anécdota. En una ocasión comenzó una de sus habituales discusiones con De Gaulle porque Churchill le ponía trabas para aceptar cierta operación militar que el general francés estaba proponiendo a sus aliados. El argumento del Primer Ministro era que la operación era demasiado costosa y que no se la podrían permitir. De Gaulle, visiblemente molesto, dijo: "Ustedes los ingleses solamente luchan por el dinero, deberían aprender de nosotros los franceses, que luchamos por el honor y la dignidad". Churchill respondió con calma: "Bueno, cada uno lucha por lo que no tiene".

Posiblemente la necesidad de depender de la ayuda extranjera fuese lo que hacía que el orgulloso De Gaulle se comportase con tanta agresividad con sus aliados. Cuando Francia fue liberada y De Gaulle pudo actuar como anfitrión las relaciones entre ambos líderes se suavizaron mucho. Churchill visitó París por primera vez tras la liberación el 11 de noviembre de 1944, el “día del armisticio” (se conmemoraba el final de la Primera Guerra Mundial). De Gaulle pronunció un discurso “muy halagador”, según el propio Churchill, sobre los servicios que el Primer Ministro británico había prestado a Francia durante la guerra. A pesar de todos los enfrentamientos que habían tenido, años después el general De Gaulle, ya como presidente electo de la República Francesa, concedió a Churchill la Orden de la Liberación. Churchill viajó de nuevo a París para asistir a una ceremonia en la que De Gaulle le impuso la condecoración. En esa ocasión también dio una muestra de su sentido del humor, cuando comenzó su discurso diciendo: “Hoy voy a hablaros en inglés. Otras veces me he dirigido a vosotros en francés, pero eso fue durante la época de la guerra, y no quiero someteros de nuevo a las duras pruebas de aquellos días”.

La incursión japonesa en el Índico

A comienzos de 1942 los japoneses completaron todos sus objetivos en su ofensiva relámpago en el sudeste asiático y el Pacífico. En diciembre de 1941 habían dado un duro golpe a la Flota del Pacífico estadounidense con el ataque por sorpresa a Pearl Harbor, y habían casi acabado con la presencia de la Royal Navy en Extremo Oriente después de que su aviación con base en Indochina hundiese el acorazado Prince of Wales y el crucero de batalla Repulse. En febrero de 1942, en un intento de conservar la isla de Java en su poder, los aliados habían reunido una poderosa fuerza naval, formada por unidades estadounidenses, holandesas, británicas y australianas, para atacar a la flota de invasión japonesa. La batalla del Mar de Java, el mayor enfrentamiento naval desde Jutlandia, fue un desastre para los aliados. Enfrentados a una fuerza similar de la Marina Imperial, los buques aliados fueron destrozados por los torpedos de los cruceros y destructores japoneses. Se perdieron dos cruceros, tres destructores y 2.300 hombres, por un único destructor dañado en el otro bando. Al día siguiente los aliados perdieron otros dos cruceros con 1.680 hombres en la Batalla del Estrecho de la Sonda, sin pérdidas para los japoneses. Los transportes que llevaban a las fuerzas de invasión hacia Java, el objetivo principal de la flota aliada, ni siquiera fueron localizados. El resultado para los aliados en el conjunto de combates navales en torno a la isla de Java fue desastroso: perdieron los cinco cruceros con los que contaban y cinco de sus nueve destructores.

En marzo la Marina Imperial estaba invicta. Todos sus objetivos primarios se habían cumplido, y con pérdidas insignificantes había infringrido terribles derrotas a las marinas aliadas. El Estado Mayor de la Marina decidió entonces enviar el grueso de sus fuerzas al Océano Índico. En el golfo de Bengala se encontraba ya una escuadra japonesa bajo el mando del almirante Ozawa compuesta por el portaaviones ligero Ryujo, seis cruceros y cuatro destructores, enviada con la misión de atacar el tráfico mercante aliado hacia la India. La fuerza de Ozawa logró hundir 23 mercantes, a los que había que sumarles otros 5 víctimas de submarinos. El 26 de marzo el almirante Nagumo partió de las Célebes con una poderosa fuerza naval de cinco portaaviones de escuadra (Akagi, Hiryu, Soryu, Shokaku y Zuikaku), cuatro acorazados, tres cruceros y ocho destructores, con rumbo al Índico para enfrentarse a la flota británica con base en Ceilán. En total, entre las escuadras de Ozawa y Nagumo, en el Índico se encontraba en ese momento lo mejor de la Marina Imperial, lo que por cierto no fue aprovechado por los estadounidenses, que se mantenían a la defensiva en el Pacífico. Los británicos, por su parte, conocieron la salida de la flota japonesa gracias a la descodificación de las comunicaciones enemigas.

Imagen de la cubierta del Zuikaku en abril de 1942, durante su misión en el Océano Indico:

zuikaku
En marzo de 1942 el Jefe de Estado Mayor de la Royal Navy, Sir Dudley Pound, puso al mando de la Flota de Oriente al almirante Somerville. La mayor parte de la Flota de Oriente, con base en Ceilán, estaba formada por buques veteranos de la Primera Guerra Mundial, claramente en desventaja con la moderna Marina Imperial Japonesa. Además de una veintena de destructores y cinco cruceros, la Flota de Oriente contaba con tres portaaviones: el Hermes, el Indomitable y el Formidable. Estos dos últimos eran modernos portaaviones de cubierta blindada, aunque sus aviones eran muy inferiores a los de la aviación naval japonesa. El Hermes, en cambio, el primer portaaviones puro de la historia de la Royal Navy (botado en 1919) era un anticuado buque que sólo era utilizado para labores auxiliares, como la lucha antisubmarina. La conquista de Ceilán permitiría a los japoneses hacerse con una de las puertas de las rutas hacia la India y Australia, además de un importante productor de caucho (Malasia ya había caído), y complicaría enormemente la defensa de Birmania. Sin embargo, Londres consideraba que la pérdida de la flota tendría consecuencias aún más catastróficas que la pérdida de la isla. Por ello Somerville recibió unas instrucciones muy claras: había que proteger la flota a toda costa. Si era necesario tendría que sacrificar Ceilán. Somerville decidió retirar sus buques de Colombo y ponerlos a salvo en el atolón de Addu, en las Maldivas. Allí, fuera del alcance de la aviación naval japonesa, esperarían la oportunidad de buscar una batalla nocturna cuando los japoneses atacasen Ceilán.

En realidad los japoneses no tenían intención de conquistar Ceilán. Su objetivo era hacer una incursión al estilo de la de Pearl Harbor para destruir la flota británica que tenía su base en el puerto de Colombo. La invasión de la isla de Ceilán habría requerido de más recursos de los que disponían en ese momento. La oposición del Ejército Imperial a retirar tropas de China y destinar más recursos a la expansión en Asia y el Pacífico impidió a la Marina poner en marcha planes más ambiciosos.

La noche del 4 de abril un hidroavión de reconocimiento PBY Catalina del 413º Escuadrón de la RCAF, pilotado por el Jefe de Escuadrón Leonard Birchall, descubrió la flota japonesa a 400 kilómetros de Colombo. Tuvo el tiempo justo para informar por radio antes de ser derribado por un Zero del portaaviones Hiryu. El 5 de abril los japoneses lanzaron el ataque aéreo contra el puerto de Colombo, dirigido por el comandante Fuchida, el mismo que había mandado el ataque a Pearl Harbor. Pero Somerville ya había puesto a salvo la mayor parte de la flota. Sus buques más modernos y rápidos se habían retirado a Addu. El viejo Hermes permanecía en Ceilán, pero a causa de unos problemas mecánicos había sido enviado al puerto de Trincomalee, al norte de la isla, escoltado por el destructor australiano Vampire. Dos cruceros pesados, el Dorsetshire y el Cornwall, habían abandonado el puerto al darse la alarma para reunirse con la flota de Somerville en las Maldivas. En el ataque aéreo los japoneses hundieron dos buques que permanecían en Colombo, el mercante armado Hector y el viejo destructor Tenedos. La RAF reivindicó el derribo de 18 aviones enemigos, aunque los registros japoneses demuestran que sólo perdieron cinco aparatos. Por su parte 27 aviones británicos fueron derribados. Horas después, hacia el mediodía, un hidroavión japonés de reconocimiento avistó al Dorsetshire y al Cornwall dirigiéndose hacia el oeste. Los dos cruceros fueron atacados por casi cien aviones japoneses. En apenas veinte minutos ambos buques fueron hundidos. Murieron 424 hombres.

El Dorsetshire y el Cornwall atacados por la aviación japonesa:


Somerville tuvo noticia del hundimiento de los dos cruceros y supuso erróneamente que la flota japonesa se dirigía hacia las Maldivas para buscar el grueso de las fuerzas británicas. En realidad Nagumo había cambiado de rumbo para dirigirse al norte, al puerto de Trincomalee. Cuatro días después, a las 7 de la mañana del 9 de abril, los aviones japoneses iniciaron el ataque a Trincomalee. El Hermes no se encontraba en puerto. Había salido con su escolta (el HMAS Vampire, la corbeta Hollyhock y dos petroleros de escuadra) para ponerse a salvo del raid. Sin buques a los que atacar, los japoneses se centraron en destruir las instalaciones portuarias y los depósitos de combustible. Catorce aviones británicos fueron derribados, por once japoneses. Hacia las 9 de la mañana el Hermes fue localizado cuando regresaba a puerto. Nagumo envió 70 bombarderos contra él. En pocos minutos el Hermes recibió 40 impactos de bomba y se hundió junto con 307 hombres. Sus acompañantes, el Vampire, el Hollyhock y los dos petroleros, fueron también hundidos. Afortunadamente, el buque hospital Vita llegó rapidamente al lugar de la batalla y pudo rescatar a 590 marineros.

Hundimiento del Hermes:


El 22 de abril la escuadra japonesa recibió la orden de regresar a casa. Aunque Somerville había puesto a salvo la mayor parte de la Flota de Oriente, la incursión japonesa en el Índico podía considerarse de nuevo un espectacular éxito de la Marina Imperial. Sin embargo, en ese tiempo había tenido lugar el raid de Doolittle. Inesperadamente un portaaviones estadounidense había logrado acercarse lo suficiente al archipiélago japonés como para lanzar un ataque aéreo sobre Tokio. A partir de entonces el Estado Mayor de la Marina volvería a centrarse en el Océano Pacífico.

Estirpe de tritones

Voy a salirme de la linea habitual del blog.

Para los amantes de las películas de submarinos, aquí tenéis Estirpe de Tritones. Es un corto de 20 minutos rodado en 1993 que se convirtió en todo un clásico del cine leonés. Existe una segunda parte, un largometraje estrenado en 2009 (Estirpe de Tritones, Más allá de ningún sitio).

Es la historia del Tritón I, un submarino de bolsillo de la Armada de Castilla y León que en 1991 es enviado a la guerra del Golfo con la misión de recuperar el prestigio perdido en tiempos de la Armada Invencible.



"Send us more Japs!"

"Enviadnos más japoneses", fue el retador mensaje supuestamente enviado por los defensores de la isla de Wake después de haber hecho fracasar el primer intento de desembarco japonés el 11 de diciembre de 1941. La frase fue portada de periódicos y revistas, y la historia de la extraordinaria resistencia de los marines de Wake y su desafiante respuesta a la amenaza de un nuevo ataque japonés se convirtió en el ejemplo de lo que la nación esperaba de sus soldados. Después de tanto golpe y tanta humillación seguidos en los primeros días de la guerra, el pueblo estadounidense necesitaba desesperadamente héroes que les devolvieran la confianza en sí mismos.

Así contaba la historia la revista Time:

De la pequeña banda de profesionales de la isla de Wake llegó un mensaje descaradamente desafiante formulado para la historia. A los marines de Wake les preguntaron por radio qué necesitaban. La respuesta hizo que los pechos de viejos marines se hincharan de orgullo debajo de sus galones: “Enviadnos más japoneses”.

Lo que ocurrió realmente fue muy distinto. El 11 de diciembre, cuando la flota japonesa se retiró tras fracasar el primer intento de desembarco, el comandante de la Marina Winfield S. Cunningham (futuro jefe de la guarnición de Wake cuando terminasen las obras del aeródromo y el mando pasase de los Marines a la Marina) envió un mensaje a sus superiores de Pearl Harbor informando de la situación. Los operadores de la emisora de radio de Wake, los alféreces Bernard J. Lauff y George H. Henshaw, modificaron el mensaje antes de emitirlo añadiendo palabras de relleno. Era una práctica habitual para dificultar el trabajo de los descifradores japoneses. Se trataba de incluir palabras con significado pero sin sentido en el contexto. En el caso del mensaje de Cunningham las palabras de relleno fueron “send us” al inicio y “more japs” al final. A algún avispado en Pearl Harbor se le ocurrió juntar las cuatro palabras inútiles para convertirlo en uno de los lemas propagandísticos más famosos de la guerra. El 17 de diciembre la frase llegó a la prensa. Según la versión de la historia que se dio a conocer, habría sido el mayor Devereux quien respondió así a Pearl Harbor cuando le preguntaron si necesitaban algo.

La frase, convertida en lema propagandístico, no fue la única información que la prensa estadounidense publicó sobre Wake y sus defensores. En los días siguientes los periódicos publicaban titulares como “Los Marines siguen luchando para conservar Wake” o “La bandera norteamericana sigue ondeando sobre la isla de Wake”. También había informaciones con un tono de fatalidad (o de realismo, más bien), referidas a las pocas posibilidades que tenían los defensores de resistir por mucho tiempo. Se decía que en Washington se daba por hecho que la guarnición estaba sentenciada.

Los hombres de Wake conocían gracias a la radio lo que se decía sobre ellos en casa. A pesar de esas informaciones pesimistas, el saber que se habían convertido en héroes nacionales les ayudó a mantener la moral. Sobre la famosa “Enviadnos más japoneses”, a la mayoría de ellos les pareció una frase absurda que nadie en Wake habría pronunciado. Se imaginaron que había sido una invención de la prensa. El pueblo norteamericano en cambio no se pudo enterar de que era falsa hasta que terminó la guerra y los supervivientes de Wake regresaron a casa. Tanto Devereux como Cunningham aseguraron que en aquellos días lo último que deseaban era más japoneses.

Extraño pecio

Las islas al este de Nueva Guinea (el Archipiélago Bismark, las Islas Salomon...) fueron escenario de varias de las batallas más duras de la guerra en el Pacífico. Hoy se han convertido en atracciones turísticas visitadas por submarinistas de todo el mundo. Sus costas se convirtieron entre 1942 y 1943 en grandes cementerios submarinos donde se amontonaban todo tipo de buques, aviones y material bélico de ambos bandos.

Por ejemplo tanques:


La foto es de la isla de Makada, en el archipiélago del Duque de York. Se trata de un tanque medio japonés Tipo 97 "Chi-Ha". Junto a él hay otro tanque del mismo tipo. Desde que fueron descubiertos a comienzos de la década de los 90 se convirtieron en uno de los restos que más visitas reciben. Y es que están posados a solo cuatro metros de profundidad, lo que permite que cualquier nadador los pueda visitar sin necesidad de botellas de oxígeno. Además están en una posición estable y perfectamente horizontal. Se cree que se hundieron durante un intento de desembarco en la isla. No tienen daños, aunque sus armas (un cañón de 55 mm y dos ametralladoras por tanque) han desaparecido. Probablemente fueron recuperados por los japoneses después de que se hundiesen los tanques.

Foto:
http://deuxiemeguerremondia.forumactif.com/t11121-tank-ayant-besoin-d-une-bonne-revision


Por qué no hubo boicot a los Juegos de Berlín

Contaba en la entrada anterior, La Olimpiada Popular de Barcelona, que la llegada al poder de los nazis en Alemania provocó en medio mundo peticiones de boicot a los Juegos Olímpicos de Berlín. En un principio las amenazas de boicot procedieron de países como Suecia, Holanda o Checoslovaquia, a las que más tarde se sumaron con mayor o menor fuerza Gran Bretaña, Francia y España. Pero fue en Estados Unidos donde más intensidad tuvieron las críticas a la política de Hitler, centradas sobre todo en la discriminación que sufrían los deportistas judíos. El primer motivo de enfrentamiento fue la destitución de Theodor Lewald, un judío, como presidente del Comité Olímpico de Alemania. Los miembros del Comité estadounidense amenazaron con el boicot si no se restituía en el puesto a Lewald. Después de una negociación con representantes del Comité Olímpico Internacional las autoridades nazis readmitieron a Lewald, aunque con funciones muy limitadas. Además aceptaron hacer una declaración pública en la que Alemania se comprometía a no excluir a los deportistas judíos en sus equipos y a no poner ningún problema a que otros países pudiesen enviar judíos. En realidad a los judíos en Alemania se les había prohibido su pertenencia a clubes y el acceso a las instalaciones deportivas, por lo que en la práctica ningún judío residente en Alemania podía participar en las pruebas de selección.

En 1933 la American Amateur Athletic Union, el organismo encargado de las pruebas de selección para el equipo olímpico estadounidense, votó a favor de boicotear los Juegos de Berlín si Alemania no cambiaba su política sobre la participación de deportistas judíos. En un principio la resolución fue aprobada por Avery Brundage, el presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos. El equipo norteamericano mantuvo en suspenso, sin aceptar ni rechazar, la invitación que Alemania les había hecho para participar en los Juegos. La respuesta alemana fue anunciar que 21 judíos habían sido aceptados en las pruebas de selección. Brundage viajó a Alemania, se entrevistó con las autoridades deportivas del país y los líderes de la comunidad judía (siempre en presencia de políticos nazis), y acabó totalmente convencido de la sinceridad de los alemanes. Aseguró que estaba garantizado que no habría discriminación contra los judíos en los Juegos. Estados Unidos aceptó al fin participar en las Olimpiadas de Berlín.

No todo el mundo estaba de acuerdo. Uno de los que manifestaron su oposición a la decisión de Brundage fue el comodoro Ernest Lee Jahncke, uno de los tres miembros estadounidenses del COI. Los hechos parecían darle la razón: ni uno solo de aquellos 21 deportistas judíos preseleccionados logró la invitación a participar en los Juegos. Brundage defendía que los alemanes estaban manteniendo sus compromisos, que el olimpismo era más importante que los problemas políticos locales, y que los estadounidenses no tenían que involucrarse en el conflicto judío-nazi.

En septiembre de 1935 Hitler decretó las “Leyes de Nuremberg", que privaban a los judíos de su ciudadanía y entre otras cosas les prohibían casarse con alemanes, emplear trabajadores domésticos o enarbolar la bandera del Reich. Cuando Jahncke denunció las proclamas nazis Brundage le acusó de "traicionar a los atletas de los Estados Unidos", le expulsó del COI y ocupó su lugar.

Un nuevo enfrentamiento se produjo cuando el presidente del Comité Olímpico Internacional, el conde belga Henri de Baillet-Latour, visitó la ciudad bávara de Garmisch, la sede de los Juegos Olímpicos de invierno. A Baillet-Latour le llamaron la atención los visibles carteles antisemitas a lo largo de las carreteras y las señales de "no permitido a judíos" en la villa olímpica. Pidió audiencia inmediata con Hitler para expresar su protesta. Este le respondió que no podía alterar "una cuestión de la mayor importancia dentro de Alemania por un pequeño tema de protocolo Olímpico". El conde amenazó con la cancelación de los juegos de invierno y de verano si no se retiraban los carteles. Al final, los letreros desaparecieron de la villa olímpica, y además Hitler hizo una curiosa concesión: un judío exiliado en Francia llamado Rudi Ball fue invitado a unirse a la selección alemana de hockey sobre hielo.

En los juegos de verano habría un caso similar al de Rudi Ball. Como prueba de la sinceridad de Hitler, otro de los tres miembros estadounidenses del COI, el general Charles Sherrill, pidió que Helene Mayer fuese incluida en el equipo olímpico alemán. Mayer era una popular esgrimista, judía alemana, que había ganado la medalla de oro en la modalidad de florete en Amberes 1928 y había quedado quinta en Los Ángeles 1932. Desde aquel año residía en California, después de conseguir una beca de estudios concedida por el gobierno alemán. Cuando los nazis llegaron al poder le retiraron la beca y la expulsaron de su club de esgrima. Sherrill viajó a Alemania y consiguió que enviasen una invitación a Mayer para participar en los Juegos. La esgrimista aceptó, lo que le costó recibir muchas críticas en Estados Unidos.

Aunque el único objetivo de Brundage y Sherrill fuese no poner en peligro la participación de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos, lo cierto es que para ello llegaron hasta límites inaceptables en su permisividad con la política antisemita nazi. Sherrill se justificaba diciendo que una imprudente intromisión estadounidense en la política interior alemana para defender a los judíos podría provocar una ola de antisemitismo en los Estados Unidos. El Secretario del Comité Olímpico de Estados Unidos, Frederick Rubien, llegó a afirmar:

Los alemanes no están discriminando a los judíos en sus pruebas olímpicas. Los judíos son eliminados porque no son lo suficientemente buenos como atletas. Y es que no llega a una docena el número de judíos en el mundo con nivel olímpico.

En realidad en Alemania había varios atletas judíos con muchas opciones de conseguir medalla, como la saltadora de altura Gretl Bergmann y el velocista Werner Schattman. Ninguno de ellos pudo presentarse a las pruebas clasificatorias.

La única deportista judía entre los 470 atletas que formaban el equipo olímpico alemán, Helene Mayer, ganó finalmente la medalla de plata en la especialidad de florete individual. Sorprendió al mundo cuando en la ceremonia de entrega de medallas hizo el saludo nazi en el podio:


La ganadora de la medalla de oro, a su lado en lo más alto del podio, fue Ilona Schacherer-Elek, una judía húngara.

Avery Brundage fue el auténtico culpable de que los Juegos Olímpicos de Berlín fuesen un éxito propagandístico del régimen nazi. Cuando más fuerte era la campaña en Estados Unidos para no participar en los Juegos (y hay que pensar que si los norteamericanos no iban seguro que otros países se habrían sumado al boicot) Brundage convenció a su gobierno de que los Juegos estaban por encima de cualquier suspicacia, y acabó con las discrepancias dentro del Comité Olímpico de Estados Unidos expulsando a los miembros partidarios del boicot. Pese a esos antecedentes, Brundage fue nombrado presidente del COI en 1952, cargo que mantuvo durante 20 años. Terminó su mandato con la tragedia de Munich 1972. Fue durísimamente criticado por mantener inalterado el programa de los Juegos después de la masacre que el grupo terrorista palestino Septiembre Negro perpetró contra el equipo olímpico israelí.


Fuentes:
Historia de los Juegos Olímpicos (Diario 16)
http://www.la84foundation.org/SportsLibrary/SportingTraditions/1984/st0101/st0101c.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Helene_Mayer
http://es.wikipedia.org/wiki/Avery_Brundage
http://www.marca.com/blogs/tirandoadar/2010/12/26/berlin-1936-los-nazis-y-el-teniente-von.html


La Olimpiada Popular de Barcelona

En 1931 la pretensión de Barcelona de albergar unos Juegos Olímpicos se podía considerar ya una “vieja” aspiración. Había sido una de las grandes favoritas para los Juegos de 1924, pero en un acto de caciquismo descarado del barón de Coubertain el Comité Olímpico Internacional había rechazado su candidatura para concedérselos a París. Desde entonces el movimiento olímpico había adquirido una gran importancia económica y política (aunque nada comparado con lo que es actualmente) y la adjudicación de la sede de unas Olimpiadas era ya un tema de política internacional. En ese año, 1931, tocaba elegir la sede de los Juegos de 1936. Barcelona era la gran favorita. La Exposición Universal de 1929 (durante la cual se había inaugurado el estadio de Montjuic) había dejado una gran imagen en todo el mundo. Y además se jugaba en casa. El congreso en el que el Comité Olímpico Internacional iba a elegir la sede se iba a celebrar en la Ciudad Condal el 24 de abril.

Justo diez días antes se proclamó en España la 2ª República. La prensa mundial se llenó de noticias de revueltas y disturbios en las ciudades españolas. El cambio de régimen hacía presagiar un periodo de inestabilidad que nadie podía saber cómo acabaría. La mayoría de los congresistas no se presentaron a la cita de Barcelona, tan sólo 19 acudieron el día señalado, y la votación tuvo que aplazarse. Cuando se celebró por correo, tres semanas más tarde, 16 de los 19 que se habían presentado al congreso votaron por Barcelona, pero el resto optaron por opciones más seguras. Por una abultada mayoría (43 votos) la ciudad elegida fue Berlín.

Dos años después Hitler era nombrado Canciller de Alemania. En poco tiempo se convirtió en Führer y comenzaron a disiparse las dudas que algunos podían tener sobre cuál era la naturaleza de su régimen. En varios países (sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) algunos políticos y un sector de la prensa comenzaron a reclamar un cambio de sede o el boicot a los Juegos. Siempre se les contestaba con el argumento de que no había que mezclar el deporte con la política. En cambio Hitler se dio cuenta enseguida de la gran oportunidad que le daban los Juegos de Berlín. Tuvo gestos para tranquilizar a la opinión pública mundial, sobre todo a aquellos que se preguntaban si sus leyes antisemitas podían estar de acuerdo con el espíritu olímpico. Así mantuvo al judío Theodor Lewald como presidente del Comité Organizador de los Juegos de Berlín. En un último momento hubo una amenaza de boicot por parte de algunos miembros estadounidense del Comité Olímpico Internacional a causa de la esgrimista Helena Mayer, también judía, cuyo caso tuvo una gran repercusión internacional. A otros atletas judíos ni siquiera se les permitió presentarse a la pruebas clasificatorias, pero Mayer pudo participar en los Juegos (ganaría para Alemania una medalla de plata).

En medio de las dudas sobre el futuro de los Juegos de Berlín comenzó a crecer un movimiento internacional que pretendía organizar unas olimpiadas paralelas a modo de protesta por el uso propagandístico de los Juegos por parte del régimen nazi, y también para reivindicar un regreso a los valores olímpicos originales, dando más protagonismo al deporte aficionado y a la participación popular. Muchas organizaciones de izquierdas, sindicatos y asociaciones deportivas se sumaron a la idea, que comenzó a tomar forma. La elección de la sede era obvia, la ciudad que habría sido la oficial de no ser por el miedo de los miembros del COI al régimen "revolucionario" español. Así nació la idea de la Olimpiada Popular de Barcelona. El proyecto fue financiado en gran parte por España y Francia, ambos países con gobiernos de Frente Popular. También contribuyó el gobierno autonómico catalán. Lluís Companys fue nombrado Presidente Honorario de los Juegos. Como es lógico la Olimpiada Popular se iban a organizar totalmente al margen del Comité Olímpico Internacional.

Finalmente ningún país boicoteó los Juegos de Berlín. Ni siquiera los gobiernos de izquierdas de España y Francia se decidieron a hacerlo, aunque habían dado su apoyo institucional a los de Barcelona. La intención de convertir la Olimpiada Popular en unos juegos paralelos comenzó a desvanecerse. Ningún atleta de renombre iba a estar dispuesto a perderse la cita de Berlín desde el momento en el que comenzó a estar claro que no habría boicots. Los organizadores de Barcelona trataron de compensarlo reafirmando su condición de juegos amateurs. Incluso se incluyeron en el programa representaciones folclóricas.

El número de participantes inscritos, entre deportistas y grupos folclóricos, alcanzó las 8.000 personas, pertenecientes a 23 delegaciones nacionales. A los países participantes se les permitía presentar equipos regionales, por lo que también habría representación de Cataluña, Euskadi, Galicia, Alsacia o Marruecos. También participaban Alemania e Italia, con equipos formados por exiliados políticos. Las delegaciones más numerosas eran la de Estados Unidos y la de Francia.

Probablemente la Olimpiada Popular habría fracasado en el objetivo de hacer sombra a los Juegos de Berlín, pero habría sido un éxito en participación. De haberse celebrado. Porque la ceremonia de inauguración iba a ser en el estadio de Montjuic el 19 de julio de 1936. El día anterior, el del ensayo general, estalló la guerra civil en España. Muchos de los participantes en la Olimpiada Popular tuvieron que regresar precipitadamente a sus países, aunque otros se quedaron y se alistaron como milicianos para luchar en las barricadas de Barcelona. De allí nacieron las columnas de voluntarios extranjeros que acudieron a combatir al frente de Aragón, como la Gastonne Sozzi, formada por exiliados italianos, la alemana Thaelmann, la franco-belga París, o la británica Tom Mann.

Los Juegos de Berlín fueron inaugurados sin contratiempos el 1 de agosto. Fueron un enorme éxito. Superaron en todo a las Olimpiadas que se habían celebrado hasta la fecha. Si Los Ángeles 1932 había tenido un presupuesto de 2,5 millones de dólares, la cifra de Berlín ascendió a 30 millones. Fueron la mejor propaganda que nunca pudo soñar el régimen nazi.

Wake

mapa wake
La isla de Wake era un remoto atolón aislado en el Pacífico central, que contaba con una pequeña guarnición norteamericana y un aeródromo que funcionaba como estación de tránsito aéreo. El 7 de diciembre de 1941, el día que comenzó la guerra con el ataque japonés a Pearl Harbor, su población era de 1.216 trabajadores civiles, 449 marines, 68 marineros y 5 soldados del Ejército de Tierra. Al mando de la guarnición estaba el mayor James Devereux. Su defensas constaban de 12 anticuados aviones Wildcats, 6 cañones costeros de 127 mm y 12 cañones antiaéreos de 76 mm.

Uno de los antiaéreos de 76 mm:

wake
Para ocuparla Japón envió una flota compuesta por 3 cruceros ligeros, 6 destructores y una fuerza de desembarco, al mando del contraalmirante Kajioka. Los ataques aéreos contra la isla comenzaron el 8 de diciembre, al día siguiente del ataque a Pearl Harbor, a cargo de 36 bombarderos con base en tierra. Ese primer día los estadounidenses perdieron 7 aviones, más de la mitad de los que tenían.

El 11 de diciembre la fuerza de ataque japonesa se acercó a la isla. Los norteamericanos dejaron que los barcos japoneses se aproximasen sin responder al fuego de sus cañones, y los japoneses, confiados, se acercaron demasiado para proteger el desembarco. Inesperadamente las baterías costeras americanas abrieron fuego, y en pocos minutos hundieron al destructor Hayate, cuando un proyectil alcanzó la santabárbara del buque y lo partió por la mitad, y alcanzaron a otros cuatro destructores, dos cruceros ligeros (uno de ellos, el Yubari, tuvo daños importantes) y un transporte de tropas.

Los japoneses tuvieron que renunciar al desembarco, pero el desastre fue todavía mayor: cuando la flota japonesa se retiraba les tocó el turno a los cuatro Wildcats que continuaban operativos en el atolón. Con un total de diez salidas entre los cuatro, los Wildcats lanzaron 20 bombas y ametrallaron continuamente a los buques que se retiraban, que contaban con una mínima protección antiaérea. Una de las bombas incendió y hundió al destructor Kisaragi. El contraalmirante Kajioka tuvo que ordenar la retirada tras haber perdido dos buques y unos 600 hombres. Por su parte, los norteamericanos perdieron un avión, y otro quedó temporalmente inutilizado, ambos alcanzados por el fuego antiaéreo, con lo que los defensores de Wake se quedaron con sólo dos cazas operativos.

Ese día los estadounidenses reclamaron el hundimiento de un tercer buque japonés. Acompañando a la flota de Kajioka iban tres submarinos: el RO-65, el RO-66 y el RO-67. Aquella tarde un Wildcat, pilotado por el teniente Kliewer, divisó un submarino mientras patrullaba alrededor de Wake. Le lanzó las dos bombas que llevaba y le ametralló hasta agotar la munición y luego regresó a Wake. Cuando el otro Wildcat de Wake tomó el relevo y se dirigió al lugar avistó una mancha de aceite, y los norteamericanos dieron por hundido el submarino. Oficialmente quedó entre las pérdidas infringidas a los japoneses ese día. Realmente no fue así. El submarino, el RO-66 al mando del capitán Hideyuki Kurokawa, resultó dañado en el ataque del Wildcat, perdiendo la radio. Al día siguiente se dio orden a los submarinos que acompañaban a la flota de Kajioka de regresar a Kwajalein, pero fue imposible contactar con el RO-66, que se quedó en la zona y fue dado por desaparecido. Unos días después, el 17 de diciembre, otro submarino que había sido enviado a patrullar en las aguas próximas a Wake, el RO-62, colisionó contra el RO-66 cuando éste emergió repentinamente frente a él para recargar las baterías. El RO-66 se hundió, y sólo pudieron ser rescatados tres supervivientes de los 66 miembros de la tripulación. De cualquier forma, aunque fuese más un accidente fortuito que una pérdida en combate (la verdad es que el RO-66 tuvo muy mala suerte), es otro buque que hay que sumar a las pérdidas japonesas en su ataque a Wake.

El 16 de diciembre, el almirante Isoroku Yamamoto, comandante de la Flota Combinada, ordenó a Kajioka volver a atacar la isla, pero reforzando considerablemente la fuerza de ataque. Dos portaaviones (el Hiryu y el Soryu, con 118 aviones), acompañados de los cruceros pesados Tone y Chikuma y los destructores Tanikaze y Urakaze, fueron separados de la fuerza de asalto que regresaba de Pearl Harbor para enviarlos a Wake. A pesar del fracaso del primer intento de desembarco, el alto mando japonés conservó casi intacto su esquema de ataque. El nuevo plan no era más que una versión del primero, solo que utilizando muchos más medios. Los dos navíos hundidos fueron reemplazados por dos nuevos destructores, el Asanagi y el Yunagi, reforzados con un tercero, el Oboro.

Día tras día, desde el 18 de diciembre hasta el 22, las posiciones defensivas y las baterías norteamericanas del atolón fueron atacadas metódicamente por bombarderos Mitsubishi G3M que operaban desde las bases japonesas en las islas Marshall, apoyados por hidroaviones Kawanishi H6K5 "Mavis" utilizados como bombarderos, y con la cobertura de cazas Zero. A ellos se les unirían más tarde los bombarderos en picado Aichi D3A "Val" de los portaaviones Soryu e Hiryu. Uno tras otro, los aviones defensores fueron destruidos hasta que no quedó ninguno. Finalmente los supervivientes de la escuadrilla tuvieron que unirse a las tropas de infantería que preparaban la defensa de la isla.

El último de los Wildcats estadounidenses, derribado en la playa el 22 de diciembre:

wake
En Pearl Harbor, mientras tanto, se estaba preparando una expedición de socorro. Protegidos por el grupo del Saratoga (formado por el portaaviones, tres cruceros pesados y nueve destructores), el buque de carga Tangier y el petrolero Neches llevarían a la isla refuerzos y municiones, además de nuevos aviones, y evacuarían a los heridos y a parte de los civiles de Wake. El convoy salió el día 15, pero la ayuda iba a tardar en llegar: la velocidad máxima del más lento de los componentes del convoy, el viejo Neches, era de tan sólo 12 nudos.

El 21 de diciembre las unidades de reconocimiento informaron a Pearl Harbor de una importante concentración de fuerzas aéreas en las islas Marshall, y de la posibilidad de que el grupo del Saratoga encontrase elementos de superficie durante su aproximación a Wake. El almirante Pye, jefe supremo de la Flota del Pacífico, se vio obligado a elegir entre arriesgar el grupo del Saratoga o abandonar a los hombres de Wake. Finalmente decidió que tras las graves pérdidas sufridas en Pearl Harbor no podía arriesgarse a perder un portaaviones. A 425 millas de Wake, el convoy recibió la orden de regresar a Pearl Harbor. Lo que los estadounidenses no sabían era que en esos momentos cuatro cruceros enemigos patrullaban al este de Wake, a cientos de millas de la cobertura de sus portaaviones, y habrían sido una presa fácil para los aviadores del Saratoga. También ignoraban que la fuerza de ataque japonesa sobre Wake no estaba preparada contra un eventual ataque estadounidense de superficie (los japoneses estaban convencidos de que tras el golpe dado en Pearl Harbor, los estadounidenses no tendrían nada que pudiesen enviar a la zona).

Marines del 4° Batallón embarcando a bordo del Tangier en Pearl Harbor el 15 de diciembre de 1941, con destino a Wake:

wake
Los Marines de Wake detectaron a la fuerza japonesa a las 2 de la mañana del 23 de diciembre. En ese momento, los 1.000 hombres de la Infantería de Marina japonesa estaban ya en las lanchas de desembarco, dos de ellas dirigiéndose hacia Wilkes, en el oeste del atolón, y el resto a la costa sur de Wake. Para dificultar la acción de las baterías costeras, el desembarco inicial fue previsto para antes del amanecer, y para reforzar la sorpresa no habría bombardeo naval preliminar.

En la isla de Wilkes, a las 2h 45' de la mañana, una compañía japonesa de aproximadamente 100 hombres desembarcó en la playa bajo el fuego nutrido de las ametralladoras. La guarnición de Wilkes era de tan sólo 70 marines. Los japoneses rapidamente capturaron la primera de las dos baterías que había en Wilkes, pero el fuego de las ametralladoras camufladas les impidió seguir avanzando para tomar la segunda. Tras cuatro horas la situación estaba estabilizada: los japoneses mantenían sólidamente la posición de la primera batería, pero eran incapaces de seguir progresando. Fue entonces cuando los marines agruparon a sus fuerzas y lanzaron un asalto para recuperar la posición perdida. El inesperado ataque fue un éxito, y las pérdidas japonesas fueron desastrosas: en total 4 oficiales y 90 hombres. En el lado estadounidense resultaron muertos 9 marines y dos trabajadores civiles. Pero la línea de comunicación con el puesto de mando quedó cortada, lo que indujo al mayor Devereux a pensar que Wilkes había caido en manos de los japoneses. Alrededor de las 8 de la mañana, después de que sus fuerzas fueran totalmente rechazadas, los japoneses iniciaron un bombardeo aéreo y naval con el que definitivamente lograron dejar fuera de combate a las baterías costeras.

Mientras todo esto ocurría en Wilkes, en la costa sur de Wake también se combatía. Los patrulleros 32 y 33 (dos viejos destructores) encallaron deliberadamente en la playa, cerca de uno de los extremos del aeródromo. Mientras los soldados japoneses saltaban por la borda, el teniente Hanna y sus hombres, con un cañón antiaéreo de 76 mm, dispararon contra uno de los barcos hasta que hizo explosión. Ayudados por la luz del barco en llamas, Hanna y sus hombres concentraron el fuego en el otro barco, que acabó gravemente dañado. Durante estos combates, otras dos lanchas japonesas desembarcaron una fuerza de unos 100 hombres al este, cerca del canal de Wilkes.

El patrullero 33, varado en la playa:

wake
Poco después una nueva fuerza desembarcó cerca de los dos destructores encallados. El destacamento estadounidense aún conservaba su posición al sur del aeropuerto, pero se encontraba rodeado por los japoneses. El Soryu y el Hiryu lanzaban ahora sus aviones en apoyo a sus fuerzas de tierra. A las 7h 15' el mayor Devereux, en su puesto de mando bajo el fuego enemigo, persuadido de la pérdida de la isla de Wilkes, y viendo la aplastante superioridad enemiga, izó la bandera blanca. La guarnición, dispersa y agotada, se rindió a los japoneses.

Los muertos estadounidenses durante la batalla fueron en total 81 marines, 8 marineros y 82 trabajadores civiles. Los japoneses pagaron muy cara su victoria. La cifra de bajas no se puede saber con seguridad, pero probablemente fueron más de 1.000 hombres muertos o desaparecidos, además de 21 aviones destruidos y 51 dañados, y 3 barcos hundidos o destruidos y 8 dañados.

Tropas japonesas rinden homenaje al teniente Uchida, muerto junto a otros dos oficiales y 29 hombres de su unidad en el asalto final:


A pesar de la victoria, Wake fue una humillación para los japoneses, a la vista de la fuerza acumulada para la invasión y de la debilidad de las defensas estadounidenses. Furiosos por sus pérdidas, los japoneses trataron duramente a los prisioneros americanos. Cinco de ellos fueron decapitados a bordo del Nitta Maru, un transporte de tropas en el que gran parte de los prisioneros de Wake fueron trasladados a Japón.

Durante el resto de la guerra Wake fue el objetivo de ataques aéreos norteamericanos, el primero en febrero de 1942. El raid de octubre de 1943 tuvo repercusiones fatales para los prisioneros que habían quedado en la isla, un centenar de trabajadores civiles. El comandante japonés, pensando que el ataque aéreo era preparatorio de un desembarco en el atolón, ordenó ejecutarlos a todos para evitar que se convirtieran en una quinta columna. Por ese motivo fue condenado como criminal de guerra después de la guerra.

Bombarderos en picado Dauntless atacando Wake en 1943:

wake
Wake no llegó a ser reconquistada por los estadounidenses durante la guerra. La superioridad aérea estadounidense y su control del mar no hicieron necesario intentar un desembarco en la isla, que volvió a manos de los norteamericanos tras la capitulación japonesa en 1945.

Rendición de la guarnición japonesa en 1945:

wake
Los defensores de Wake se convirtieron en los héroes que necesitaban los Estados Unidos en esas primeras semanas de guerra. Había que olvidar las pifias en la defensa de Pearl Harbor y las bases aéreas filipinas (de las que el público norteamericano no se enteró en gran parte), Guam se había rendido sin luchar, en las Filipinas la Flota de Asia había huído de Manila y en tierra acababan de comenzar los combates después de que los japoneses lograsen desembarcar miles de hombres casi sin oposición. En las semanas siguientes las tropas estadounidenses en las Filipinas se tuvieron que retirar a la península de Batán, incapaces de contener la ofensiva japonesa. La gesta de los defensores de Wake era la única noticia esperanzadora que los norteamericanos pudieron recibir. La prensa dio mucha publicidad a la insignificante guarnición perdida en medio del Pacífico que había resistido a la poderosa fuerza de invasión japonesa. Se empezó a adornar la historia, como con el mensaje que supuestamente envió por radio Devereux en respuesta a la pregunta de si necesitaban algo: "Send us more japs" ("Envíennos más japos"), algo que él siempre negó haber dicho. Pero también mostró a los japoneses lo que podían esperar cuando los Estados Unidos se recuperasen de la sorpresa y de verdad se metiesen en la guerra: no sería una victoria fácil, el enemigo también estaba dispuesto a luchar.

Fuentes:
John Wukovits: Pacific Alamo
http://www.secondeguerre.net/articles/evenements/pa/41/ev_wakeisland.html


El Desfile de la Victoria

A las 22:43 horas del 8 de mayo de 1945 el mariscal Wilhelm Keitel firmó ante Zhukov la rendición incondicional de Alemania. La guerra en Europa finalizaba así oficialmente. Debido a la diferencia horaria con Europa central en ese momento en Moscú eran las 0:43 horas del 9 de mayo. Por eso el Día de la Victoria se conmemoró desde entonces el 8 de mayo por los aliados occidentales y el 9 por los soviéticos. Tradicionalmente ese día se celebraba con un desfile militar en la Plaza Roja de Moscú. El primero de ellos, el de 1945, lógicamente no se hizo en esa fecha. Fue el 24 de junio de 1945, cuando se celebró el Desfile de la Victoria en la Plaza Roja con tropas provenientes de todos los frentes europeos.

En realidad la guerra todavía no había terminado para millones de soldados soviéticos. En esos momentos muchos de ellos todavía permanecían como fuerzas de ocupación en Alemania y los países de Europa oriental conquistados por el Ejército Rojo. Otros cientos de miles de hombres estaban trasladándose al Extremo Oriente o desplegándose en las fronteras com Manchuria para iniciar la invasión de los territorios ocupados por los japoneses (en la conferencia de Yalta Stalin se había comprometido a declarar la guerra a Japón tres meses después del fin de la guerra en Europa, compromiso que cumplió puntualmente el 8 de agosto de 1945). El regreso a casa y la desmovilización del enorme ejército soviético iba a ser un proceso lento y difícil.

El fotógrafo Yevgeny Khaldei fue uno de los espectadores del Desfile de la Victoria en la Plaza Roja. Estas son algunas de las fotos que tomó:


"Sólo pude hacer dos fotos de Zhukov. Cuando salió en su caballo blanco me empezaron a temblar mis manos y mis rodillas y no pude disparar más":


Soldados soviéticos arrastran por el suelo estandartes alemanes capturados:

Churchill y Singapur

El 7 de enero de 1942 Winston Churchill envió un telegrama al general Archibald Wavell, que acababa de ser nombrado comandante supremo de las fuerzas aliadas en Asia: "... Percival tiene más de 100.000 hombres, de los cuales 33.000 son británicos y 17.000 australianos. Es dudoso que los japoneses tengan tantos hombres en toda la península malaya... En esas circunstancias los defensores deben ser mucho más numerosos que los japoneses que han cruzado el estrecho y en una batalla bien planificada deberían destruirlos. En estos momentos no se debe pensar en salvar a las tropas o proteger a la población. La batalla debe ser peleada, cueste lo que cueste, hasta sus últimas consecuencias. La División 18 tiene la oportunidad de escribir su nombre en la historia. Los comandantes y los oficiales superiores deberán morir con sus tropas. El honor del Imperio Británico y del Ejército Británico, están en riesgo. Yo confío en usted que no mostrará piedad ni debilidad en ningún aspecto. Con los rusos peleando como lo están haciendo y los americanos empecinados en Luzón, la total reputación de nuestro país y de nuestra raza están en ello comprometidas. Se espera que todas las unidades sean llevadas a la batalla ante el enemigo a pelear". No había ninguna excusa para la derrota: el ejército de Percival era más numeroso que el japonés, y además contaba con un porcentaje alto de británicos y australianos. Sólo había dos opciones, victoria o muerte.

Pero las cosas no salieron como Churchill esperaba, el honor británico no se defendió en Malasia, y el ejército de Percival ni venció ni murió allí. La retirada hacia el sur hizo que los ingleses empezasen (demasiado tarde) a preocuparse de la defensa de Singapur. El 19 de enero Wavell envió un telegrama a Churchill informándole de la situación: "...Hasta hace poco todos los supuestos estaban basados en rechazar cualquier ataque a la isla que proviniera del mar, así como en el caso de que el ataque fuera terrestre, éste debería rechazarse en Johore o más al norte. Poco o nada se hizo para construir defensas en la costa septentrional de la isla de Singapur para impedir que el enemigo cruce el estrecho. No obstante se han tomado las disposiciones precisas para la voladura de la calzada". Churchill afirmó luego que le pareció inconcebible que Singapur no tuviese preparadas defensas terrestres. En sus memorias explicaba: "Nunca se me había ocurrido pensar que no hubiera ningún círculo de fuertes destacados de tipo permanente que protegiera la retaguardia de la famosa fortaleza. No comprendo cómo es posible que yo no lo supiera. Pero ninguno de los oficiales que había allí ni ninguno de mis asesores profesionales en Londres pareció darse cuenta de lo necesario que era. En cualquier caso, nadie me lo señaló, ni siquiera los que vieron mis telegramas basados en la falsa hipótesis de que haría falta un cerco regular (...) Yo confiaba en que el enemigo se vería obligado a utilizar artillería a gran escala para pulverizar nuestros puntos fuertes en Singapur, y en las dificultades casi prohibitivas y los largos retrasos que dificultarían semejante concentración de artillería y reunir municiones a lo largo de las rutas de comunicaciones malayas (...) No escribo todo esto para justificarme. Debería de haberlo sabido. Mis asesores deberían de haberlo sabido y debieron de decírmelo y yo debí de preguntar. Y no pregunté por esta cuestión, entre las miles de preguntas que planteé, porque la posibilidad de que Singapur no tuviera defensas del lado de tierra no se me pasó por la cabeza, como jamás se me ocurriría que botaran un barco que no tuviera fondo".

Ya era tarde para preparar la defensa de Singapur, las tropas que se retiraban de Malasia llegaban completamente desmoralizadas y contagiaron su estado de ánimo a toda la guarnición de la isla. Se envió una división de refuerzo, pero la superioridad numérica no sirvió de nada: era un ejército sin moral, sin disciplina, mal preparado y mal dirigido. Unas semanas después Churchill tuvo que aceptar que no había otra salida que la tercera opción: ni victoria ni muerte, rendición.

En sus memorias, Churchill, que reconoce que la caída de Singapur fue “el peor desastre y la mayor capitulación de la historia de Gran Bretaña”, pone en duda que la estrategia seguida en su defensa fuese la correcta. Sugiere que hubiera sido mejor concentrar las fuerzas en la defensa de la isla de Singapur, retrasando el avance japonés por la península malaya utilizando únicamente fuerzas móviles ligeras. La mayor parte de la fuerza asignada a la defensa de Singapur y los refuerzos llegados después del inicio de la ofensiva japonesa tenían que haberse quedado en la isla, en lugar de desgastarlos tratando de contener a los japoneses en Malasia. El enemigo contaba con una fuerza superior, con tropas especialmente entrenadas para la lucha en la selva y con el dominio del aire. El ejército británico, desgastado en su lucha contra un enemigo superior en unas condiciones muy difíciles, llegó sin fuerzas a la que tenía que haber sido la batalla decisiva. Churchill afirma que la estrategia seguida fue una decisión de los comandantes locales, que él se limitó a apoyar.

Pero claro, eso lo estribió después de la guerra. Y en sus memorias Churchill se contradice con las instrucciones que había dado a Wavell en el telegrama que vimos. Él mismo no había pensado hasta entonces que fuese necesario defender la isla de un ataque desde la península, ya que eso habría significado que Malasia había sido conquistada. Y en el telegrama a Wavell considera poco probable que los japoneses lograsen tener superioridad numérica (no la tenían, por cierto), y desde luego no se plantea que su entrenamiento y armamento pudiesen ser mejores que los de las tropas británicas. Al contrario, destaca el alto porcentaje de británicos y australianos que forman el ejército de Percival, como forma de indicar la alta calidad de esas tropas. La batalla decisiva no tenía que ser en Singapur, sino en Malasia. O eso creía él en enero de 1942.