El espionaje atómico soviético 2

Viene de El espionaje atómico soviético 1: La bomba de Stalin

LA CAZA DEL ESPÍA ROJO

Antes de que el proyecto Venona empezase a dar resultados el FBI estuvo dando palos de ciego en su búsqueda de espías dentro del proyecto Manhattan. Un ejemplo: Los norteamericanos habían enviado a Europa un pequeño grupo de científicos dirigido por el físico de origen holandés Samuel Goudsmit con la misión de seguir a las tropas aliadas en su avance por Europa y buscar pruebas que determinasen la situación de la investigación atómica alemana. La misión recibió el nombre de operación Alsos. Cuando los aliados tomaron Estrasburgo, en noviembre de 1944, encontraron lo que buscaban: los trabajos de los científicos de la universidad, entre ellos Carl Friedrich von Weizsäcker (uno de los pocos físicos que por su nivel necesariamente tenían que ser los responsables de cualquier programa nuclear alemán), que demostraban que el proyecto alemán se encontraba aún a nivel académico. En diciembre algunos de los científicos del Proyecto Manhattan empezaron a tener noticias de los descubrimientos de Alsos, y varios de ellos consideraron que había desaparecido el motivo por el que habían apoyado la fabricación de la bomba (conseguirla antes que los nazis). Uno de ellos era un polaco de nacimiento llamado Josep Rotblat, que decidió dimitir del proyecto. El hecho de ser polaco unido a que el FBI descubrió que sabía pilotar aviones le convirtió en el gran sospechoso de espionaje. Durante meses se centraron en investigarle y buscar pruebas contra él, que nunca consiguieron. Al parecer no tuvieron en cuenta que no era muy probable que un espía atómico abandonase el proyecto en el momento más importante alegando razones morales (como curiosidad, Rotblat se hizo famoso muchos años después, en 1995, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz por su labor como presidente de la Conferencia Internacional Pugwash, el grupo pacifista promovido por Albert Einstein y Bertrand Russell).

En septiembre de 1945 la deserción de un agente soviético destinado en la embajada de Ottawa llamado Igor Gouzenko dio las primeras pistas auténticas sobre las redes de espionaje soviéticas en Norteamérica. Gracias a él, el contraespionaje aliado supo que tenía que buscar a un espía con el nombre en clave Alec, que había estado en la misión científica británica en Estados Unidos, y anteriormente en los laboratorios de Tube Alloys en Montreal. Se trataba de Alan Nunn May. En 1946 fue detenido en Inglaterra, juzgado por espionaje y condenado a 10 años de cárcel. Por entonces ya había dejado de colaborar con la inteligencia soviética, y había vuelto a Inglaterra para dedicarse a la física experimental en el King’s College de Cambridge (igual que Philby y compañía, había estudiado en Cambridge en los años treinta y allí había sido “seducido” por las ideas comunistas, aunque no tuvo ninguna relación directa con el Circulo de Cambridge). El primer espía atómico importante había sido capturado.

Alan Nunn May:


El 29 de agosto de 1949 la Unión Soviética hizo su primera prueba atómica. Fue una sorpresa total el occidente. La caza del espía se intensificó, con la ayuda que los datos que estaba dando Venona sobre la actividad de los informadores de los servicios secretos soviéticos en el Proyecto Manhattan. Gracias a Venona el FBI pudo alertar a los británicos de que un científico de esa nacionalidad había estado pasando información a los rusos desde dentro de Los Alamos. Los servicios de seguridad ingleses investigaron a los posibles informadores hasta que acabaron centrándose en Klaus Fuchs como principal sospechoso. Le presionaron haciéndole saber que iban a por él hasta que lograron su confesión durante un interrogatorio en febrero de 1950. Fuchs fue detenido, juzgado y condenado a catorce años de prisión, la máxima pena que establecía la ley de secretos oficiales británica. Coincidiendo con la detención de Fuchs, Bruno Pontecorvo sorprendió a todo el mundo al desertar de Gran Bretaña huyendo precipitadamente a la URSS vía Finlandia. Ambos trabajaban por aquel entonces en Harwell, el centro donde los británicos fabricaban sus propias armas atómicas

La detención de Fuchs y la huida de Pontecorvo provocaron un efecto inesperado: el enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Gran Bretaña a causa de las criticas recibidas desde ciertos sectores estadounidenses, según los cuales por culpa de las deficientes medidas de seguridad británicas los rusos habían conseguido robar “el secreto de la bomba”. El director militar del Proyecto Manhattan, el general Lesley Groves, llegó a decir que si hubiese dependido de él no habrían intervenido extranjeros en el programa, unas declaraciones sorprendentes de quien conocía mejor que nadie la decisiva contribución de muchos extranjeros, y no sólo británicos, a la bomba atómica estadounidense.

Pero las críticas eran injustas: Venona también permitió descubrir que el otro gran espía en Los Alamos era el estadounidense Theodore Hall. Pero en este caso no lograron ninguna confesión ni ninguna prueba que presentar, a excepción de las comunicaciones descifradas por Venona, una información reservada que no podía darse a conocer en un juicio. Hall nunca fue comunista. Había dejado de colaborar con la inteligencia soviética a finales de 1949, cuando vio que también los rusos estaban interesados sobre todo en las aplicaciones militares de la investigación atómica. No hay unanimidad sobre lo que supuso para el programa soviético la información que les facilitó Ted Hall (igual que pasa con Klaus Fuchs, como ya comenté). Hay quien piensa que su contribución fue más importante aún que la de Fuchs, sobre todo por lo que se refiere al mecanismo de implosión de las bombas de plutonio, un problema que dio mucho trabajo a los científicos del Proyecto Manhattan (probarlo fue la principal razón por la que se hizo la prueba Trinity, la primera explosión nuclear de la historia en Alamogordo el 16 de julio de 1945). A pesar de eso, Ted Hall nunca fue procesado, y su caso no se conoció hasta 1997, tras la desclasificación de los archivos Venona.

La obsesión que se desató en Estados Unidos por cazar espías rusos llevó a investigar a muchos de los participantes en el Proyecto Manhattan, algunos sospechosos evidentes, como el izquierdista Robert Oppenheimer, y otros sorprendentes, como Edward Teller, el padre de la bomba H y de ideología muy conservadora, pero que al parecer había recomendado a Hall para un trabajo de postgrado en la Universidad de Chicago, además de que él y su esposa habían sido muy amigos de los Fuchs en Los Alamos. Finalmente el FBI encontró espías para presentar a la opinión pública: Por Klaus Fuchs sabían que su enlace con Moscú era un norteamericano al que conocía con el nombre de Raymond. En 1949 una importante agente del espionaje soviético en Nueva York llamada Elizabeth Bentley se entregó al FBI, y entre otros espías identificó a Raymond, que resultó ser un químico estadounidense llamado Harry Gold. Se demostró que Gold tenía otro informador en Los Alamos, un mecánico llamado David Greenglass. Ambos fueron detenidos y confesaron, y Greenglass inculpó a su hermana y su cuñado, Ethel y Julius Rosenberg, acusándoles de haber sido ellos quienes le captaron para la red. Mientras que todos los demás detenidos llegaron a tratos por los que consiguieron librarse de la silla eléctrica, los Rosenberg, los últimos de la fila, no tenían a nadie más a quien cargar la culpa. Ambos fueron condenados a muerte en 1951, en un juicio lleno de irregularidades. Eran los tiempos del terror atómico y de las campañas paranoicas del senador MacCarthy, y no estaba el ambiente como para mostrarse blandos con unos agentes comunistas. El juez que leyó la sentencia llegó a responsabilizarles de la guerra de Corea y de las 50.000 bajas estadounidenses.

El matrimonio Rosenberg durante el juicio:


Después de la desclasificación de los archivos Venona se ha podido conocer el verdadero grado de implicación de los Rosenberg en el espionaje atómico: Julius Rosenberg, un ingeniero que trabajaba como inspector de armamento, había pasado información a los rusos, pero de poca importancia y nada que tuviese que ver con la investigación atómica, y Ethel no habría pasado de ser una colaboradora insignificante en la red. Era cierto que Gold había contactado con Greenglass a través de los Rosenberg, pero era absurdo presentarles como los cabecillas de la red, y más aún pensar que la información que hubiese podido dar un empleado de bajo nivel de Los Alamos como Greenglass pudo tener alguna importancia en el programa nuclear soviético. Paradójicamente el secreto de Venona, que había permitido a Ted Hall quedar impune, impidió a los Rosenberg librarse de la silla eléctrica.

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