Una historia de superación

Los XIV Juegos Olímpicos, celebrados en Londres en 1948, pasaron a la historia como los Juegos de la austeridad, y es que Gran Bretaña, como casi toda Europa, estaba recuperándose aún de la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial. Los últimos juegos antes de la guerra, los de Berlín 1936, habían sido un grandioso espectáculo que sirvió como escaparate propagandístico del régimen nazi. A diferencia del enorme presupuesto de Berlín, en Londres no se realizaron grandes gastos en infraestructuras. Los atletas fueron acomodados en los barracones de madera de dos antiguas bases de la RAF. Al veterano estadio de Wembley se le añadió una pista de ceniza para las pruebas de atletismo, las de remo y piragüismo se celebraron en el río Támesis, y para completar las instalaciones la organización alquiló a una empresa privada el Empire Pool (más tarde rebautizado como Wembley Arena), que sirvió de pabellón multiusos: una vez terminadas las competiciones de natación, se cubrió la piscina que tenía originalmente para disputar las pruebas de baloncesto, boxeo, lucha, esgrima...

Como era de esperar, en Londres no se vieron grandes estrellas ni grandes marcas. Después de un paréntesis de dos ciclos olímpicos, la mayoría de las figuras deportivas de la década anterior se habían retirado. Algunos de ellos murieron en la guerra, como el campeón olímpico de natación húngaro Ferene Csik o el atleta alemán Rudolf Harbig, recordman mundial de 400, 800 y 1.000 metros. El propio presidente del COI, el conde de Baillet-Latour, falleció de un infarto cuando recibió la noticia de que su hijo había muerto en combate. En general la suspensión de las competiciones y la imposibilidad de mantener las condiciones necesarias para continuar su preparación afectaron a la mayor parte de los deportistas. Muchos atletas habían sido desmovilizados apenas unos meses antes del comienzo de los Juegos.

La celebración de los Juegos en unas fechas tan cercanas al final de la guerra planteaba no pocos problemas políticos. Las tensiones entre las potencias vencedoras eran ya evidentes, pero la URSS, siguiendo con su política anterior a la guerra, se negó a participar. Sería en Helsinki 1952 cuando la guerra fría se trasladó por primera vez al deporte. Más complicada era la cuestión de cómo se recibiría a los países derrotados, ya que las heridas de la guerra estaban aún demasiado recientes. Por suerte o por desgracia, no hubo ocasión de comprobarlo. Alemania, ocupada por las potencias vencedoras, ni siquiera tenía gobierno al que mandar la invitación para participar en los Juegos. Japón no respondió a la invitación del comité organizador. Otros países perdedores, como Rumanía y Bulgaria, también la rechazaron. En cambio Hungría, otro ex-aliado de Alemania que había sido ocupado por los soviéticos, decidió participar. Y fue precisamente un deportista húngaro el que protagonizó una de las historias de superación más impresionantes de todas las ediciones de los Juegos Olímpicos.

El sargento del ejército húngaro Karoly Takacs, nacido en 1910 en Budapest, destacaba por su puntería en el tiro con pistola. A pesar de ser uno de los mejores tiradores del mundo, fue rechazado para los Juegos de Berlín porque según las normas de su federación tan solo los oficiales podían formar parte del equipo olímpico. Después de los Juegos se levantó la prohibición, y Takacs empezó a ver más cerca su sueño de competir en unas Olimpiadas. En 1938, ya asentado en la élite mundial de su deporte, era claro favorito para conseguir el oro en los Juegos que se iban a celebrar en 1940 en Tokio. Y entonces ocurrió lo imprevisto. Durante unas maniobras militares la explosión de una granada defectuosa le destrozó la mano derecha.

Después de que le tuviesen que amputar la mano que utilizaba para disparar, lo lógico era pensar que la carrera deportiva de Takacs se había acabado. Pero durante la rehabilitación, cuando tuvo que aprender a realizar todas las tareas cotidianas con su mano izquierda, decidió que igualmente podía aprender a disparar con ella. Sin decírselo a nadie, Takacs comenzó a practicar el tiro con su única mano, de manera que en 1939 sorprendió a todo el mundo cuando se presentó al campeonato húngaro de tiro con pistola. La sorpresa fue aún mayor cuando ganó la competición. Una vez más Karoly Takacs parecía haber conseguido su sueño, formar parte del equipo olímpico de su país. Pero de nuevo se quedó a las puertas. La guerra chino-japonesa había obligado a Tokio a renunciar a los Juegos de 1940. En un principio la capital japonesa fue sustituida por Helsinki, pero el estallido del conflicto en Europa llevó a la suspensión definitiva de los Juegos de 1940 y 1944. Takacs tuvo que esperar a 1948, ya con 38 años, para participar en sus primeros Juegos Olímpicos.

Karoly Takacs se clasificó para la prueba tiro con pistola de fuego rápido de los Juegos de Londres. Dio la sorpresa al ganar la medalla de oro superando al gran favorito, el argentino Carlos Díaz, logrando además una puntuación que suponía un nuevo record del mundo. Cuatro años más tarde, en Helsinki, Takacs revalidó su oro olímpico, convirtiéndose en el primer tirador en ganar la prueba de pistola de fuego rápido en dos ediciones consecutivas de los Juegos. Aún tuvo una tercera participación olímpica, en Melbourne 1956, donde terminó octavo.

Foto: http://www.nortsport.es/blog/417/olimpiadas-grandes-historias-del-deporte-iii-karoly-takacs-2/

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