Siete meses entre cazadores de cabezas

Tom Capin era un típico joven de Indiana, alto y pelirrojo. Tenía 21 años, y era sargento de la USAAF, artillero y ayudante de operador de radio de un bombardero B-24 Liberator de la 5ª Ala de Bombardeo Pesado, con base en Morotai, una pequeña isla en las Indias Orientales Holandesas.

El 16 de noviembre de 1944 la escuadrilla de Capin tenía programada una misión de bombardeo contra un pequeño campo de aviación japonés en las Filipinas. En el último momento hubo un cambio de planes, cuando la inteligencia naval estadounidense informó del avistamiento de un crucero pesado en la bahía de Brunei, en la costa de Borneo. Los bombarderos norteamericanos, con una escolta de cazas P-38, recibieron la orden de dirigirse al lugar donde había sido visto el buque japonés. Debido a un problema mecánico, el bombardero de Capin no pudo despegar ese día. En su lugar, él y su tripulación embarcaron en un B-24 nuevo, recién salido de la cadena de montaje, que bautizaron con el nombre de Lucky Strike. Además de Capin, la tripulación la formaban el alférez Tom Coberly (piloto), alférez Jerry Rosenthal (copiloto), alférez Phil Corrin (bombardero), alférez Fred Brennan (navegante), cabo Eddy Haviland (artillero de proa), sargento Franny Harrington (artillero de cola), sargento Jim Knoch (ingeniero de vuelo), cabo John Nelson (artillero lateral derecho), y cabo Dan Illerich (radiooperador). Era la octava misión en la que volaban juntos. En el último momento se les unió el fotógrafo de la USAAF Elmer Phillips, que les pidió permiso para participar en una última misión antes de regresar a los Estados Unidos.

Tripulación del Lucky Strike:


Cuando la formación de bombarderos llegó a la bahía de Brunei, los estadounidenses, en lugar del crucero solitario del que había informado la inteligencia naval, se encontraron con el grueso de la flota japonesa que tres semanas antes se había enfrentado a la US Navy en el Golfo de Leyte, una gran fuerza formada por tres acorazados, tres cruceros pesados, cuatro cruceros ligeros, cinco destructores y numerosas naves auxiliares. Pese al intenso fuego antiaéreo con el que les recibieron, los bombarderos iniciaron el ataque contra los buques enemigos.

Coberly siguió al líder de la escuadrilla en su aproximación a la flota enemiga. De repente, un proyectil antiaéreo impactó en el morro del Lucky Strike. La explosión mató a Brennan y destrozó una pierna de Coberly. Rosenthal, el copiloto, también resultó herido en la cabeza. Su oreja izquierda había desaparecido y sangraba abundantemente, pero aun así logró permanecer a los mandos del avión. Rosenthal rompió la formación y trató de regresar a la base sobrevolando las montañas del norte de Borneo. Pero el bombardero había sufrido graves daños. El depósito de combustible estaba agujereado, el sistema hidráulico había dejado de funcionar y uno de los motores estaba ardiendo. Incapaz de controlar el avión, Rosenthal tuvo que dar a sus compañeros la orden de saltar en paracaídas. Él no quiso abandonar el bombardero, o no tuvo fuerzas para hacerlo. Murió al estrellarse en la selva, todavía a los mandos del Lucky Strike.

Tom Capin fue el último en saltar. Aterrizó sobre un árbol de caoba, y tuvo que descender por las enredaderas que lo cubrían para llegar al suelo. No había ni rastro de sus compañeros. Estaba solo, en medio de una de las regiones más primitivas e inexploradas del planeta. Capin pronto se dio cuenta de que las clases de supervivencia que había recibido en el Army Air Corps no servían de mucho en aquella situación. Estuvo varios días vagando por la selva, luchando por conseguir algo de comida. El agua que bebió le provocó una fuerte diarrea. Al fin, un día, cuando estaba ya al límite de sus fuerzas, decidió utilizar su pistola para pedir auxilio. Disparó al aire todo el cargador, esperando que alguien lo oyese. Sabía que si le encontraban los japoneses o los nativos (conocidos como “cazadores de cabezas”, y con una merecida fama de crueldad con los extranjeros) sus posibilidades de sobrevivir serían mínimas, pero tenía la pequeña esperanza de que fuesen sus compañeros los que acudiesen al sonido de los disparos.

Capin se sentó y esperó pensando en su esposa, Betty, que se había vuelto a vivir con sus padres en Fort Wayne. Imaginó su dolor cuando recibiese el telegrama con la noticia de que su marido había desaparecido en combate. Capin estaba allí sentado, sumido en sus pensamientos y arrancándose las sanguijuelas que se le habían pegado a la piel, cuando escuchó: "¡Eh, americano!". Levantó la cabeza y vio delante de él a dos nativos de aspecto amenazador, armados con cerbatanas y machetes.

Los dos hombres dejaron caer sus armas en señal de amistad, y Capin hizo lo propio bajando su la pistola. Al ver cómo le temblaban las manos, le ofrecieron un poco de arroz. Luego hicieron un cigarro con un poco de tabaco crudo y una hoja de banano. Capin se asustó cuando vio un dibujo del sol naciente en la caja de cerillas. Trató de preguntarles por sus compañeros, pero no pudo entender nada de su “jerga nativa”.

Los hombres condujeron a Capin a su pueblo y le hicieron entrar en una casa comunal con techo de paja, llena de gente. La mayor parte de ellos nunca había visto antes a un hombre blanco, por lo que la legada de Capin causó auténtica conmoción. Una de las mujeres le dio maíz tostado, y él comenzó a devorar la comida sin pensar en nada más que en saciar su hambre. Pero uno de los nativos, sabiendo que Capin no podía comer alimentos sólidos en su estado, le quitó el maíz de las manos y se lo llevó de allí, poniendo fin a la fiesta.

Aquel hombre se llamaba Kibung. No pertenecía a los Lun Dayeh, el pueblo dayak que le había acogido. Él era un Iban, otra etnia dayak de la costa de Sarawak con una temible fama de guerreros y cazadores de cabezas. Kibung era un fugitivo. Había matado a algunos de los ocupantes japoneses de su pueblo y había tenido que huir al interior, al territorio de los Lun Dayeh. Estaba casado con una mujer Lun Dayeh y tenía un hijo de pocos meses.

Capin se instaló en una choza junto a la casa de Kibung. La hermana del jefe comunal, que le preparaba la comida, había sido educada por unos misioneros y hablaba malayo. Capin pudo comunicarse con ella gracias al pequeño diccionario inglés-holandés-malayo que llevaba. Pronto dejó de necesitarlo. En un tiempo sorprendentemente corto, Capin aprendió lo suficiente del idioma dayak como para hacerse entender.

Galería de una casa dayak, adornada con una hilera de cráneos humanos:


Kibung se encargó de enseñar a Capin todo lo que necesitaba saber para vivir en la selva como un dayak. Lo primero que aprendió fue a caminar descalzo como los nativos, ya que las patrullas japonesas habrían reconocido sin problemas las huellas de unas botas. También aprendió a moverse por la selva, y a cazar, sentándose tranquilamente sin ser molestado por sanguijuelas, mosquitos y hormigas, esperando a que pasase su presa. Kibung le mostró los usos de distintas plantas, le explicó que los árboles frutales tenían marcas que indicaban el propietario, y que ciertas marcas significaban que la fruta estaba disponible para todos. Aprendió a lavarse con un jabón hecho de corteza de árbol. Pronto se destacó en otras áreas, como permanecer en cuclillas durante horas, o comer con dos o tres dedos de la mano derecha y con una hoja como plato. Solo un mes después de haber saltado en paracaídas en medio de la selva, Capin se había convertido en un dayak más, hablaba su idioma y se comportaba según sus costumbres. Kibung también le había dado un sempit, una cerbatana larga, de unos dos metros, con una caja de bambú llena de dardos envenenados. El veneno era extremadamente letal, aunque según la costumbre el sempit solo se podía utilizar para cazar animales. Para matar a otros hombres los dayak preferían usar lanzas o machetes.

Los Lun Dayeh quisieron demostrar a Capin que le aceptaban como uno de ellos, y lo hicieron por medio de una ceremonia en la que le tatuaron en el antebrazo unos “ojos de la montaña”. Durante el resto de su vida, aquel tatuaje hecho con carbón y una aguja de sutura recordó a Capin que siempre sería un Lun Dayeh.

Dos meses y medio después de saltar del Lucky Strike, Capin por fin volvió a ver a dos de sus compañeros, Phil Corrin y Dan Illerich, que habían sido rescatados por otro pueblo de las montañas. El reencuentro no fue todo lo amistoso que se podía esperar. Hubo cierta tensión, al parecer causada por la arrogancia de Capin (o al menos así lo interpretaron sus compatriotas), que les echó en cara su ignorancia sobre la forma de vida dayak. Según dijeron, Capin parecía más dayak que estadounidense, e incluso a veces se le notaba cierto esfuerzo para hablar en inglés.

El 25 de marzo de 1945 un pequeño grupo de ocho hombres saltó en paracaídas de un B-24 Liberator en el territorio de los Kelabit, otra etnia de las montañas del interior de Borneo. Se trataba de un comando de la Unidad Especial Z (o Fuerza Z), una unidad interaliada de operaciones especiales que operaba sobre todo en Indonesia y Malasia. Su misión, de nombre en clave Operación Semut I, era buscar una alianza con los pueblos nativos de Borneo para luchar contra los japoneses. El hombre al mando del grupo era el mayor Tom Harrisson, un excéntrico erudito británico que antes de la guerra ya había estado en Borneo, dedicado a investigaciones ornitológicas y antropológicas (a pesar de su aparente idoneidad para una misión tan complicada, ya que se podía contar con los dedos de una mano a los oficiales aliados que tenían algún conocimiento sobre los dayak, hay quien cree que su nombramiento se debió a un error, y que el que tenía que haber mandado aquella operación era otro oficial con el mismo nombre). La misión fue más sencilla de lo esperado. Los dayak tenían un buen recuerdo de los misioneros cristianos que habían convivido con ellos hasta la invasión nipona, a diferencia de los ocupantes japoneses, que les trataban con una crueldad extrema. De hecho, en su lucha contra la ocupación los dayak recuperaron sus antiguas prácticas de “cazadores de cabezas”, que al menos en teoría habían abandonado décadas antes. En abril Harrisson oyó hablar de los aviadores estadounidenses que convivían con los nativos del interior de la isla (además del Lucky Strike, en enero de 1945 otro B-24 de la Marina se había estrellado en las montañas de Borneo, y los supervivientes también habían sido acogidos por los dayak) y planeó su rescate. Por medio de mensajeros hizo llegar unas cartas a los estadounidenses en las que les solicitaba que se reuniesen con él en Bario, en Sarawak. Capin, Illerich y Corrin, acompañados por guías nativos, anduvieron durante doce días a través de la selva, durmiendo en los poblados indígenas que se encontraban en el camino, hasta que llegaron al punto de encuentro.

El mayor Tom Harrisson en Borneo:


Harrisson y Capin llegaron a conocerse bien, ya que ambos sufrían de dolencias en los pies y pasaron unos días recuperándose juntos. El antropólogo británico se quedó impresionado por la comprensión de la cultura dayak que demostraba aquel joven pelirrojo de Indiana. Por encargo de Harrisson, Capin se dedicó a adiestrar a los nativos en el manejo de los fusiles Enfield. Unos días más tarde le asignó otra tarea muy distinta, cuando le pidió que hiciese de ayudante del médico de la misión,”Doc” McCallum. Quizá porque su nuevo trabajo requería un aspecto más respetable, Capin renunció a su taparrabos y lo cambió por unos pantalones cortos australianos.

Bajo la dirección de Harrisson, los dayak comenzaron a abrir una pista de aterrizaje en la selva. En poco tiempo la pista era lo suficientemente larga como para permitir el aterrizaje y despegue de un pequeño avión de enlace Auster. Para celebrarlo, los dayak colocaron a los lados de la pista dos hileras de estacas con cabezas de japoneses clavadas en ellas. Con la pista operativa, los pilotos estadounidenses podían empezar a ser evacuados. Cuando llegó su turno, Capin subió al pequeño biplaza con el olor dulzón de las cabezas en descomposición llenando el aire, un olor que nunca olvidaría. En junio de 1945, después de siete meses viviendo como un dayak, Tom Capin al fin regresaba a casa.

Además de Tom Capin, Phil Corrin y Dan Illerich, otros cuatro tripulantes del Lucky Strike sobrevivieron gracias a la ayuda de los dayak: Jim Knoch, John Nelson, Eddy Haviland (que abandonó el avión casi ciego, con graves heridas en los ojos) y Franny Harrington. El piloto, el alférez Coberly, que estaba herido cuando saltó del avión, murió al fallar la apertura de su paracaídas. También murió el sargento Elmer Phillips, el fotógrafo que pidió volar con ellos por última vez.

Tom Capin recibió la Medalla del Imperio Británico por los servicios prestados como ayudante del doctor McCallum. Después de la guerra ingresó en un seminario y se hizo pastor metodista. Siempre quiso regresar a Borneo, pero los médicos se lo desaconsejaron debido a las enfermedades que había sufrido allí.

Fuente principal:
http://suite101.com/article/tom-capin-hoosier-headhunter-in-wwii-a377181


5 comentarios:

  1. Vaya historia. Me recuerda una película que vi de niño que estaría inspirada en estos hechos o algunos similares. Lo único, que el protagonista era Jerry Lewis.

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    1. Pues en esa película la historia perdería bastante de su carga dramática, imagino.

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    2. ¡Hombre! como cuando la ví debía yo tener 10 años, me encantó; pero, desde luego, debía de ser una chorrada como un piano.

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  2. Eso se llama capacidad de adaptación. Lo tuvo que pasar realmente mal para ser capaz de acoger la nueva vida de "salvaje" con tanta pasión y convencimiento.
    Un saludo.

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    1. Con tanto convencimiento que al parecer sorprendió a sus compañeros cuando se reencontraron. Asimiló una cultura completamente distinta a la suya en un tiempo record, y luego parece que lo volvió a hacer en sentido inverso, porque no creo que la vida de un pastor metodista en Indiana tenga mucho que ver con la que tuvo en Borneo.
      Un saludo, Cayetano.

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