Me voy de vacaciones (pero no cierro el chiringuito)

Pues sí, mañana empiezo mis vacaciones anuales, y para mí eso también incluye tomarme un descanso internáutico. Así que voy a olvidarme del blog en las próximas tres o cuatro semanas.

Pero eso no significa que el blog vaya a estar parado. Igual que hice el año pasado, he dejado varias entradas escritas y programadas para que se publiquen automáticamente cada pocos días. El único problema es que si alguien me escribe un mensaje no tendrá respuesta hasta mi regreso. Si anuncio aquí el comienzo de mis vacaciones es para avisar de esta circunstancia. No lo hago solo para dar envidia...

Hasta finales de agosto.

El Incidente Niihau

Niihau es una pequeña isla de 180 Km² situada en el extremo occidental del archipiélago hawaiano. Toda la isla era (y sigue siendo) propiedad privada de una familia de origen neozelandés, los Robinson. En 1941 el dueño era Aylmer Robinson, bisnieto de Elizabeth Sinclair, la mujer que en 1864 había comprado Niihau al rey de Hawai Kamehameha V por 10.000 dólares con la idea de establecer allí una plantación de caña de azúcar. El señor Robinson residía en Kauai, una isla mucho más grande, a quince millas náuticas de distancia, aunque todas las semanas hacía una visita de inspección a Niihau. Nadie podía pisar la isla sin su permiso, y no solía darlo, de ahí el apodo con el que se conocía a su dominio: "la isla prohibida". Y lo era para todos excepto, lógicamente, para sus habitantes. En Niihau vivían algo más de un centenar de personas. Casi todos eran hawaianos nativos, aunque entre los residentes también había un inmigrante japonés, marido de una hawaiana, llamado Ishimatsu Shintani, y un matrimonio de nisei (hijos de japoneses, o "inmigrantes de segunda generación"), Yoshio e Irene Harada.

Vista aérea de Niihau:


En la madrugada del 7 de diciembre de 1941, cuando los aviadores japoneses que iban a tomar parte en el ataque a Pearl Harbor recibieron las últimas instrucciones antes de despegar, les dijeron que en caso de sufrir una avería que les impidiese regresar a sus portaaviones debían tomar tierra en Niihau y esperar allí la llegada de un submarino de rescate. La Marina Imperial creía erróneamente que la isla estaba deshabitada, así que fue considerada un lugar seguro donde hacer un aterrizaje de emergencia.

Shigenori Nishikaichi era uno de aquellos aviadores. Era un piloto naval de 22 años perteneciente al grupo aéreo del portaaviones Hiryu. Intervino en la segunda oleada de ataque, formando parte de un grupo de ocho Zeros que tenían como misión dar escolta a una formación de bombarderos y seguirlos en el ataque a dos objetivos en el sureste de Oahu, la estación aérea de la Marina de Mokapu y la base aérea del Ejército de Bellows. Todo se desarrolló según lo previsto. Después de dar varias pasadas sobre ambas bases ametrallando las pistas y las instalaciones, los cazas ganaron altura y pusieron rumbo al punto de reunión, en el extremo norte de Oahu. Allí era donde tenían que reunirse con los bombarderos, ya que los cazas necesitaban ayuda en la navegación para volar de regreso a su portaaviones. De repente varios cazas estadounidenses Curtiss P-36 aparecieron de la nada y se lanzaron sobre ellos disparando sus ametralladoras. El combate fue muy desigual. Los Zeros eran mucho más veloces y maniobrables, y no tardaron mucho en deshacerse de los Curtiss. En el enfrentamiento el avión de Nishikaichi resultó alcanzado por media docena de proyectiles. Al principio creyó que no había sufrido daños graves, pero pronto se dio cuenta de que el indicador de combustible descendía a gran velocidad. Una bala había alcanzado uno de los depósitos de gasolina. El motor empezó a perder potencia, y Nishikaichi vio que no podía seguir a sus compañeros. Rápidamente evaluó la situación. Nadie le iba a esperar en el punto de reunión, y sus posibilidades de encontrar él solo al Hiryu, que navegaba en algún punto a más de trescientos kilómetros al norte, serían remotas incluso suponiendo que tuviese combustible suficiente. Recordando las instrucciones que le habían dado antes de partir, decidió virar al oeste, esperando que el combustible no se agotase antes de llegar a Niiahu, a doscientos kilómetros de distancia.

Casi ya sin combustible, Nishikaichi divisó Kauai y la utilizó como referencia, continuando con rumbo noroeste hasta llegar a Niihau. Al sobrevolarla se dio cuenta de que los informes de inteligencia estaban equivocados y la isla estaba habitada, pero ya no había otra opción: o aterrizaba allí o pasaba de largo y se estrellaba en el mar. Desde el aire localizó un campo de pastos relativamente despejado de obstáculos, al lado de una casa aislada, y se dirigió hacia él. Al tomar tierra las ruedas del avión golpearon en una valla, y el Zero se detuvo bruscamente clavando su morro en el suelo. Nishikaichi se quedó momentáneamente aturdido por el golpe.

Shigenori Nishikaichi, el piloto del Zero que aterrizó en Niihau:


Hawila “Howard” Kaleohano fue testigo del aterrizaje forzoso y su accidentado final. Vivía en la casa que se encontraba junto a la pradera, y era uno de los pocos habitantes de Niihau que hablaban inglés con fluidez (casi todos se expresaban exclusivamente en hawaiano). Reconoció el avión como un caza japonés. Ni él ni ninguna otra persona en la isla tenían noticias del ataque a Pearl Harbor, pero Kaleohano sabía que las relaciones entre Japón y Estados Unidos se habían vuelto muy tensas en las últimas semanas. Sin poder imaginarse cómo y por qué había llegado hasta allí un avión de guerra japonés, le pareció prudente aprovechar que el piloto estaba todavía conmocionado para quitarle su pistola y la documentación que llevaba encima.

Kaleohano y su familia acogieron a Nishikaichi con la tradicional hospitalidad hawaiana. Le dieron de desayunar e incluso comenzaron a organizar una comida en su honor para aquella tarde. Pero tenían el grave inconveniente del idioma. El piloto apenas hablaba unas palabras de inglés. Kaleohano hizo llamar a Ishimatsu Shintani, su convecino japonés, para que hiciese de traductor. Shintani, un apicultor de 60 años que vivía en Hawai desde que tenía 22, llegó a la casa, intercambió unas pocas palabras con el piloto, palideció, y se marchó de allí sin decir nada. Perplejos por aquel extraño comportamiento, los Kaleohano avisaron a Yoshio Harada, el hombre de confianza del señor Robinson en la isla. Harada, de 38 años, era de padres japoneses, pero nacido en Hawai y con nacionalidad estadounidense, al igual que su mujer Irene. Nishikaichi le contó que la guerra había estallado y que él acababa de participar en un ataque aéreo contra Pearl Harbor. A Harada le pareció prudente no informar de aquello a sus vecinos. Sí que tradujo las insistentes peticiones de Nishikaichi a Kaleohano para que le devolviese su arma y sus documentos, pero el hawaiano se negó a hacerlo.

Por la noche alguien escuchó en una radio parte de un boletín informativo sobre el bombardeo de Pearl Harbor. Fue así como se enteraron los isleños de que Hawai había sido atacado. Volvieron a interrogar a Nishikaichi, y en esta ocasión Harada sí tradujo todo lo que le decía. Los niihauanos descubrieron que tenían en su poder a uno de los miembros de la fuerza de ataque que horas antes había bombardeado Oahu.

En Niihau no había transmisor de radio, ni ninguna otra forma de comunicarse con el exterior. Pero solo tenían que mantener en custodia al japonés durante una noche. Todos los lunes Aymer Robinson llegaba a la isla en su visita semanal. Cuando desembarcase, al día siguiente, le explicarían lo ocurrido y le entregarían al prisionero. El señor Robinson se lo llevaría con él a Kauai, y Niihau volvería a ser un pequeño pedazo de tierra alejado de todo y totalmente ajeno a los problemas del mundo.

Pero los isleños no sabían que después del ataque las autoridades militares de Hawai habían decretado restricciones a la navegación entre las islas del archipiélago. Robinson no llegó el lunes, ni los días siguientes. Los niihauanos estaban confusos. El señor Robinson era un hombre fiable, de costumbres fijas. Y parecía haber abandonado su rutina semanal precisamente cuando más le necesitaban. Quizás la situación era aún más grave de lo que ellos habían supuesto.

Como el tiempo pasaba y seguían sin noticias del exterior, los niihauanos tuvieron que plantearse qué hacer con el prisionero. Los Harada se ofrecieron entonces a alojarle con ellos. Se decidió aceptar su propuesta, pero manteniendo una precaución básica: en todo momento habría varios hombres de guardia junto a la vivienda, por si el japonés intentaba algo. Mientras le tuvieron en su casa, los Harada pudieron conversar libremente con Nishikaichi. Probablemente el piloto se dio cuenta de las dudas y las lealtades divididas del matrimonio y supo aprovecharlas a su favor. Es posible que les convenciese de que de los japoneses no tardarían en desembarcar en Niihau y en todo Hawai. Desde luego, para alguien que había participado en el ataque a Pearl Harbor, no era descabellado pensar en una inminente ocupación del archipiélago: la flota estadounidense había sido arrasada ante sus ojos y no quedaba mucho que pudiese hacer frente a la poderosa Marina Imperial. También les habló de los papeles que le había quitado Kaleohano. Sus superiores le habían explicado que bajo ningún concepto podía permitir que su documentación cayese en manos del enemigo. Era vital recuperarla.

Obsesionados con conseguir la documentación del piloto, Shintani y los Harada pensaron en intentar una negociación. Para ello reunieron todo el dinero que pudieron conseguir, cerca de doscientos dólares, una cantidad que en Niihau suponía una pequeña fortuna. El viernes, 12 de diciembre, Shintani fue a ver a Kaleohano y le ofreció comprar los papeles. Kaleohano no se dejó impresionar y se negó a vendérselos. Antes de marcharse, Shintani le hizo una advertencia que sonaba demasiado a amenaza: tarde o temprano tendría que devolver los documentos, era cuestión de vida o muerte.

Mientras tanto, Harada y Nishikaichi vieron una oportunidad de pasar a la acción. Normalmente permanecían varios hombres de guardia en el exterior de la casa de los Harada, para vigilar al prisionero, pero en aquel momento tan solo había uno, que aparentemente no se tomaba demasiado en serio su cometido. Harada consiguió una escopeta y la ocultó en el interior de un pequeño almacén utilizado para guardar la miel. Después convenció al vigilante para que le acompañase hasta allí, le encañonó con el arma y le dejó encerrado. Tras recuperar la pistola del piloto, guardada bajo llave en otro almacén, Harada y Nishikaichi decidieron no esperar el regreso de Shintani y dirigirse a casa de Kaleohano.

Kaleohano les vio llegar desde el retrete, situado en una caseta en el exterior de la vivienda. Cuando vio que Harada y Nishikaichi estaban armados, tuvo claro que sus intenciones no eran nada buenas. Permaneció oculto en el retrete mientras los dos hombres le buscaban por la casa. En un momento dado interrumpieron su búsqueda y parecieron fijar su atención en el avión, que permanecía en el campo contiguo donde Nishikaichi había aterrizado cinco días antes. Kaleohano supo que aquello le daba una oportunidad de escapar y salió de su escondite. Oyó gritos y el disparo de una escopeta. Siguió corriendo sin mirar atrás.

Kaleohano llegó a Puuwai, la población principal de la isla, y alertó a sus vecinos de lo que estaba ocurriendo. Al principio la mayoría de ellos pensaron que Kaleohano exageraba la situación. Llevaban años conviviendo con los Harada y Shintani, y les costaba creer que anduviesen por la isla amenazando y disparando a la gente. Pero poco después apareció también el hombre capturado en casa de los Harada, que había logrado escaparse y había corrido a la aldea en busca de ayuda. El pánico se apoderó de los isleños. La mayor parte de los habitantes del pueblo huyeron y se ocultaron en las cuevas y los montes del interior. Al mediodía Kaleohano y otros cinco hombres zarparon en una canoa de remos en dirección a Kauai para dar la alarma y pedir ayuda. Era una travesía de diez o doce horas.

Poco después, Harada y Nishikaichi entraron en el pueblo casi desierto y recorrieron sus calles gritando amenazas y disparando al aire. Encontraron a uno de los pocos vecinos que aún no habían huido, un hombre llamado Kaahakila Kalima, y le obligaron a acompañarles hasta el lugar donde se había estrellado el Zero. Como necesitaban saber si los japoneses iban a desembarcar o si podrían enviar un equipo de rescate, el piloto trató de hacer funcionar la radio para ponerse en contacto con la flota. Pero fue inútil. Entonces desmontaron las ametralladoras del caza, y con la ayuda (forzada) de Kalima las llevaron hasta un almacén cercano y las ocultaron allí junto con su munición. A continuación regresaron al avión y lo quemaron para no dejar nada que pudiese tener valor para el enemigo (lo que prueba que ya habían perdido la esperanza de que hubiese un desembarco japonés en la isla). Desde allí volvieron a ir a la casa de Kaleohano, a buscar la documentación de Nishikaichi. Kaleohano había entregado los papeles a su suegra para que los escondiese, así que el registro de Harada y Nishikaichi fue inútil. Al marcharse prendieron fuego también a la casa y dejaron libre a Kalima para que fuese a reunirse con su familia.

Restos del Zero de Nishikaichi, en una fotografía tomada el 17 de diciembre:


Por la noche los isleños hicieron varias hogueras y señales luminosas con lámparas de queroseno para llamar la atención de las autoridades de Kauai. Robinson las vio y supo que había problemas en su isla, pero todas sus súplicas fueron inútiles: la prohibición de navegar se mantenía. Solo cuando recibió una llamada telefónica de Kaleohano desde Waimea, el puerto principal de la isla, explicándole la situación, pudo convencer al comandante del Distrito Militar de Kauai para que le permitiese organizar una misión de rescate.

La mañana del sábado 13 de diciembre Nishikaichi y Harada capturaron a un matrimonio, Ben y Ella Kanahele, que habían dejado su escondite en la playa para ir al pueblo a buscar comida. Ben Kanahele era un corpulento pastor de ovejas de 49 años. Cuando los dos hombres les interrogaron, los Kanahele fingieron desconocer dónde se ocultaba Kaleohano, aunque en realidad sabían que el día anterior había zarpado en la canoa. Nishikaichi y Harada decidieron mantener a Ella como rehén y ordenar a su marido que fuese a buscar a Kaleohano. Harada amenazó con matar a la mujer si Ben no regresaba con información. Sin saber qué hacer, el hombre se marchó, pero poco después la preocupación por su esposa le hizo volver junto a Ella y sus secuestradores. Harada reaccionó con más amenazas, asegurando que matarían a todos los habitantes de la isla si no les obedecían. En ese momento Ben aprovechó un descuido de Nishikaichi y se abalanzó sobre él. El japonés sacó su pistola, pero Ella le agarró del brazo y el arma cayó al suelo. Ben levantó en el aire a Nishikaichi y le lanzó contra un muro. Cuando el piloto cayó, la mujer comenzó a golpearle en la cabeza con una piedra. Ben sacó su cuchillo de caza y degolló al japonés. Harada, que había cogido la pistola del suelo mientras los Kanahele luchaban con Nishikaichi, disparó varias veces cuando Ben se volvió hacia él. Posiblemente en ese momento fue consciente de inutilidad de la tragedia que había provocado. Giró el arma hacia sí mismo y se disparó en el pecho. La lucha había terminado. Ben Kanahele estaba gravemente herido, con tres balazos en el pecho, la ingle y un muslo. Junto a él yacían los cuerpos sin vida de Shigenori Nishikaichi y Yoshio Harada (el desenlace es indiscutible; en cuanto al desarrollo de la pelea, esta es solo una de las muchas versiones que se pueden encontrar; según otras, por ejemplo, fue Nishikaichi quien disparó a Kanahele, Kanahele mató a Nishikaichi golpeándole con una piedra en la cabeza, Harada se suicidó disparándose con la escopeta...).

La mañana siguiente llegó a la isla el señor Robinson, junto a Kaleohano, sus cinco compañeros y un grupo de militares de Kauai. Ishimatsu Shintani e Irene Harada se entregaron a los soldados. Ben Kanahele fue trasladado al hospital de Waimea. Se recuperó de sus heridas y se convirtió para la prensa y las autoridades en el gran héroe de Niihau. En agosto de 1945 el gobierno le concedió la Medalla al Mérito y el Corazón Púrpura. Ella Kanahele, en cambio, no recibió ningún reconocimiento oficial, pese a que su intervención en la lucha había sido tan valerosa y decisiva como la de su marido.

Benehakaka "Ben" Kanahele, en la ceremonia de entrega de la Medalla al Mérito y el Corazón Púrpura:

Ishimatsu Sintani e Irene Harada fueron enviados a campos de internamiento. Nunca fueron juzgados (de hecho no se les acusó de delito alguno), aunque la mujer estuvo un tiempo detenida en una prisión militar como sospechosa de espionaje. Después de la guerra Harada se mudó a Kauai. Shintani regresó a Niihau, donde aún vivían su mujer y sus hijos. En 1960 obtuvo la nacionalidad estadounidense.

El incidente ayudó a reforzar la creencia de que los norteamericanos no podían confiar en sus conciudadanos de origen japonés. Pudo influir en la decisión del gobierno de internar a los americano-japoneses residentes en los estados del Pacífico. No importaba que un alto porcentaje de ellos tuviesen la nacionalidad estadounidense, que nunca hubiesen pisado Japón o que jamás se les hubiese oído expresar sentimientos antiamericanos. En caso de ataque, lo único que se podía esperar de ellos era que cambiasen de bando y colaborasen activamente con el enemigo. Siguiendo esa creencia, decenas de miles de personas (hombres, mujeres y niños) fueron obligadas a abandonar sus hogares, sus trabajos y sus posesiones y enviadas a campos de internamiento en el interior del país.

Un combate aéreo bajo la Torre Eiffel


Bill Overstreet era un joven estudiante de ingeniería de Charleston, Virginia Occidental. A finales de 1941, poco después del ataque japones a Pearl Harbor, se presentó a las pruebas de acceso a la escuela de vuelo de la USAAF, decidido a convertirse en piloto de caza. En febrero de 1942 fue aceptado y destinado al centro de entrenamiento de la Fuerza Aérea de la Costa Oeste, en Santa Ana, California. En 1943 se graduó con el rango de alférez.

Su primer destino fue el 364º Escuadrón del 357º Grupo de Caza, con base en Santa Rosa, al norte de la bahía de San Francisco. Durante el tiempo que estuvo allí, ejercitándose para el combate, sus superiores recibieron una gran cantidad de quejas por su afición a las acrobacias: Overstreet y sus compañeros se divertían volando a baja altura, haciendo piruetas sobre los bañistas o los trabajadores del campo, o cruzando bajo el Golden Gate, el famoso puente colgante situado a la entrada de la bahía.

El 28 de junio de 1943, durante un vuelo de entrenamiento de combate, el caza que pilotaba, un Bell P-39 Airacobra, entró en barrena plana, comenzando a girar sobre sí mismo sin control. Overstreet trató de abandonar el avión, pero la presión del aire le impedía abrir la carlinga. Logró saltar en el último momento, con el tiempo justo para que se desplegase el paracaídas. Instantes después se encontraba de pie en medio de los restos del aparato. Saltó tan cerca del suelo que sus compañeros que vieron el accidente desde el aire no llegaron a distinguir el paracaídas abierto y supusieron que Bill se había estrellado con el avión.

El escuadrón de Overstreet completó su periodo de entrenamiento, y los aviadores embarcaron en el Queen Elizabeth con rumbo a Inglaterra. Sus primeros meses en Europa fueron frustrantes, ya que, debido a la escasez de aviones, los nuevos pilotos no tenían muchas ocasiones de volar. Al fin, a finales de 1943 los primeros Mustangs comenzaron a llegar al aeródromo de Raydon, la base del 357º Grupo de Caza en el sureste de Inglaterra. El P-51 Mustang fue sin duda uno de los mejores cazas a pistón de la historia, un avión polivalente, robusto, veloz, muy maniobrable, y con una autonomía que le permitiría llevar a cabo misiones de largo alcance hasta entonces imposibles de realizar por cazas de un solo motor.

El 30 de enero de 1944 Bill voló por primera vez en un Mustang. El 6 de marzo participó en la primera incursión de gran radio del 357º Grupo de Caza, dando escolta a una formación de B-17 Flying Fortresses en un raid contra Berlín. Los cazas acompañaron a los bombarderos prácticamente hasta la capital del Reich. Nunca antes una formación de cazas monomotores se había adentrado tanto en territorio enemigo. Después de aquella misión, Bill bautizó su Mustang (y todos los que tuvo desde entonces) con el nombre de Berlin Express.

Bill Overstreet (el de la pipa en la boca) fotografiado junto a su caza:


Pocos días después, durante una misión sobre Francia, Overstreet volaba a 25.000 pies de altura (unos 7.600 metros), cuando se rompió accidentalmente el conducto que le suministraba el oxígeno (vital a esas altitudes). Al parecer la hipoxia le provocó un desmayo, aunque él no recordaba nada de ese momento y no pudo precisar con exactitud qué fue lo que ocurrió. Recuperó el conocimiento cuando el motor se paró y el avión entró en barrena. En el último momento logró arrancar el motor y detener la caída. Bill no sabía dónde se encontraba ni el tiempo que había pasado inconsciente. Cuando miró el reloj, se dio cuenta de que su memoria había borrado los últimos noventa minutos. Puso rumbo al norte hasta alcanzar la costa y consiguió regresar a Inglaterra con el combustible casi agotado. La historia del piloto de caza que había volado inconsciente durante hora y media llegó a la prensa y tuvo mucha difusión.

Información del Stars and Stripes, el diario oficial de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, del 24 de mayo de 1944:


En la primavera de 1944, durante una misión de escolta a una formación de bombarderos, Overstreet y sus compañeros tuvieron que enfrentarse a unos cazas alemanes en los alrededores de París. Bill se situó tras un Messerschmitt Bf-109 y comenzó a perseguirle sin dejar de disparar sus ametralladoras. El alemán puso rumbo hacia París, con la esperanza de que la artillería antiaérea de la ciudad le librase del Mustang. Pero Bill no abandonó su presa. En un desesperado intento por burlar a su perseguidor, el Messerschmitt se dirigió directamente hacia la Torre Eiffel y pasó por debajo de sus arcos. Sin inmutarse, Bill continuó detrás de él y cruzó también bajo la estructura metálica sin dejar de disparar. El caza alemán fue alcanzado por varias ráfagas de ametralladora y se estrelló. El Berlin Express continuó en vuelo rasante sobre el Sena hasta dejar atrás las baterías antiaéreas de la ciudad. Para un piloto de caza experimentado, aquella maniobra no suponía una excesiva dificultad, aunque evidentemente no era lo mismo realizarla durante un vuelo acrobático que en medio de una batalla aérea. Aquella acción se hizo famosa, pero no fue solo por la pericia demostrada por el piloto: cientos de parisinos asistieron en directo a un espectacular enfrentamiento bajo la construcción más emblemática de la capital francesa y vieron cómo el avión alemán acababa derrotado por el estadounidense. Muchos se emocionaron al ver en aquella pequeña victoria un símbolo del principio del fin del dominio alemán en Francia. Por cierto, imagino que no quisieron pensar demasiado en el riesgo que suponía para los civiles un combate aéreo en vuelo rasante sobre una gran ciudad.

En agosto de 1944 Overstreet realizó varias misiones de escolta a vuelos de transporte con destino a la URSS, Italia y Yugoslavia. A aquellas alturas de la guerra, la Luftwaffe ya se dejaba ver muy raramente fuera del territorio del Reich. En una ocasión en la que tenía que volar de Kiev a Foggia, en el sur de Italia, como no se esperaba actividad enemiga, Overstreet aprovechó para descargar la munición de su caza y cargar en su lugar todas las botellas de vodka que pudo (el vodka era un producto muy abundante en la Unión Soviética y muy cotizado en Italia). Durante el vuelo su formación tuvo la mala suerte de encontrarse con un grupo de cazas alemanes. Cuando varios Mustangs se lanzaron en su persecución, los alemanes se retiraron sin entablar combate. Overstreet respiró aliviado. Por un momento temió tener que enfrentarse a ellos armado únicamente con botellas de vodka.

El 3 de septiembre de 1944 Overstreet participó en una misión Afrodita, el nombre en clave por el que se conocía a los ataques con bombarderos pesados modificados como bombas teledirigidas. Dio escolta con su caza a un B-17 cargado de explosivos que tenía como objetivo la base de submarinos de Heligoland, en el Mar del Norte. El bombardero se estrelló sin consecuencias. En los meses siguientes continuó desarrollando misiones especiales en colaboración con los servicios de inteligencia, como vuelos de reconocimiento tras las líneas enemigas, envíos de suministros a grupos de resistencia de la Europa ocupada u operaciones de rescate de aviadores derribados. A finales de 1944 completó su periodo de servicio en combate y regresó a los Estados Unidos como instructor. Después de licenciarse encontró empleo en una empresa aeronáutica. Desde 1950 hasta su jubilación trabajó como contable. En 2009 recibió la Legión de Honor francesa de manos del embajador de Francia en Estados Unidos. Murió el 29 de diciembre de 2013, a los 92 años.

El heroísmo de un sanitario

Los sanitarios que servían en el Cuerpo de Marines no eran marines. En sentido estricto eran marineros, es decir, personal de la US Navy, que tras superar el periodo de formación como Pharmacist's Mate ("ayudante de farmacia") habían sido destinados a una división de Marines, igual que podrían haber acabado en la enfermería de un buque o en un hospital naval. Podríamos pensar que el sanitario era recibido como un extraño por sus nuevos compañeros, teniendo en cuenta el espíritu de cuerpo tan marcado del que son imbuidos los marines. Y nos equivocaríamos. Lo cierto es que no solo le consideraban como uno de los suyos, sino que normalmente le trataban con un gran respeto, casi con veneración. A cada compañía de Marines se le asignaban siete sanitarios de primera linea. En ningún momento se separaban del resto de la unidad, y tenían que superar igual que ellos el duro entrenamiento de campaña al que eran sometidos los infantes de marina. Por tanto no gozaban de ningún privilegio en el periodo de instrucción. Y, sobre todo, nadie envidiaba su trabajo durante el combate. Su misión consistía en acudir junto al herido, aunque estuviese totalmente expuesto al fuego enemigo, tratar de ponerle a cubierto, evaluar la gravedad de las heridas, detener las hemorragias, calmar el dolor en la medida de lo posible y esperar la llegada de los camilleros. Era habitual que el índice de bajas entre los sanitarios fuese superior al de los combatientes. Y en muchos casos, aunque físicamente saliesen ilesos de la batalla, la enorme tensión que tenían que soportar durante el combate hacía que muchos de ellos acabasen con los nervios destrozados. Pese a todo, fueron pocos los que dejaron de cumplir con su deber.

Jack Willis era un sanitario de 23 años destinado en la 5ª División de Marines. El 28 de febrero de 1945, el décimo día de la batalla de Iwo Jima, fue herido por la metralla de un proyectil de mortero cuando atendía a un herido. Le ordenaron abandonar la primera línea y acudir al hospital de campaña para recibir atención médica, pero poco después se dio de alta a sí mismo y se escapó para regresar al frente. Pocas horas más tarde se encontraba en el interior de un cráter de bomba, en medio del combate, suministrando plasma a un marine herido. De repente una granada cayó rodando dentro del agujero. Manteniendo elevada la bolsa de plasma con la mano izquierda, Willis cogió la granada con la derecha y la lanzó lo más lejos que pudo antes de que estallase. Una segunda granada cayó en el hoyo y Willis tuvo que repetir la operación. Después una tercera, una cuarta... Con la novena se le agotó la suerte. La granada estalló en su mano y le mató instantáneamente.

John H. Willis recibió a título póstumo la Medalla de Honor, la máxima condecoración que entregan las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Fue una de las cuatro (dos póstumas) concedidas a sanitarios del Cuerpo de Marines por sus acciones durante la batalla de Iwo Jima.

En la foto, Winfrey Willis, la viuda de Jack, con su hijo de siete meses en los brazos, recibe la condecoración de manos del secretario de Marina James Forrestal en diciembre de 1945 (el niño aún no había nacido el día que su padre murió en Iwo Jima):

Werner Drechsler: Roma no paga a traidores

El 12 de junio de 1943 un torpedero Avenger y un caza Wildcat pertenecientes al grupo aéreo del portaaviones estadounidense Bogue, en patrulla antisubmarina al suroeste de las Azores, descubrieron un sumergible alemán navegando en superficie. El u-boot se sumergió rápidamente cuando el Wildcat se lanzó sobre él abriendo fuego con sus ametralladoras, y logró ocultarse a tiempo para esquivar las cargas de profundidad del Avenger. Poco después otros aviones se unieron a la caza y comenzaron a rastrear el océano esperando a que reapareciese el submarino enemigo. Cuando volvió a emerger, fue localizado y atacado por un Avenger pilotado por el teniente H.E. Fryatt. El u-boot fue alcanzado de lleno por una carga de profundidad y comenzó a hundirse a gran velocidad. Fryatt lanzó al agua una balsa de goma para socorrer a los hombres que trataban de abandonar el buque. Solo quince de sus tripulantes lo lograron y fueron rescatados por el destructor estadounidense Osmon Ingram, que había recibido orden de dirigirse al lugar del hundimiento.

El submarino alemán durante el ataque de los aviones del Bogue:


El u-boot hundido era el U-118, un submarino minador de la clase XB. Cuarenta y cuatro hombres, incluido su comandante, habían muerto en el naufragio. Los quince supervivientes fueron desembarcados en Estados Unidos y trasladados a un campo de prisioneros en Fort Meade, Maryland. Uno de ellos era un marinero de 20 años llamado Werner Drechsler. Al parecer su familia era opositora al nazismo (su padre había sido recluido en un campo de concentración acusado de delitos políticos), así que es probable que cuando sus captores le propusieron que colaborase con ellos, al joven Werner no le supusiese un gran dilema moral aceptar la oferta.

Werner Drechsler (izquierda), herido en una pierna, es ayudado por su compañero Hermann Polowzyk al desembarcar del Osmon Ingram:


Drechsler fue separado de sus compañeros y enviado al Centro Conjunto de Información, con base en Fort Hunt, Virginia (en las afueras de Washington), donde los oficiales de inteligencia interrogaban a los prisioneros susceptibles de tener información valiosa. Usando identidades falsas, Werner compartía celda con otros prisioneros alemanes, con la misión de ganarse su confianza y conseguir información sobre aspectos concretos y datos específicos que le solicitaba la inteligencia de la Marina (por ejemplo detalles técnicos o procedimientos operacionales de la Kriegsmarine).

Drechsler estuvo siete meses colaborando con la inteligencia naval. Después fue devuelto a la custodia del Ejército y tratado como cualquier otro prisionero de guerra. Los oficiales de inteligencia de Fort Hunt insistieron en que el Ejército debía garantizar su seguridad manteniéndole separado del resto de prisioneros de la Kriegsmarine, pero alguien no se tomó muy en serio aquella recomendación (siempre permanecerá la duda de si fue un trágico error o simple indiferencia). El 12 de marzo de 1944 Drechsler fue trasladado a Papago Park, un campo de prisioneros situado en las proximidades de Phoenix, Arizona, que albergaba a un gran número de tripulantes de u-boote. Inmediatamente fue reconocido por varios de los hombres a los que había tratado de sonsacar información en Fort Hunt, y en pocas horas la noticia de la llegada del "espía" se había extendido por todo el campamento.

Aquella noche, la primera que Drechsler pasaba en Papago Park, un grupo de prisioneros improvisó un tribunal para decidir qué debían hacer con el traidor. Aparte de la sospecha de que actuase de informante para los guardias del campo, se pretendía que el castigo sirviese de advertencia para cualquier otro alemán que tuviese la tentación de aceptar la colaboración con el enemigo. Werner Drechsler fue sentenciado a muerte por sus compatriotas. Por la mañana apareció ahorcado en las duchas.

Siete hombres, todos ellos tripulantes de u-boote (Helmut Fischer, Fritz Franke, Gunther Kuelsen, Heinrich Ludwig, Bernard Ryak, Otto Stengel y Rolf Wizny), fueron juzgados por una corte marcial estadounidense y condenados a muerte por el asesinato de Werner Drechsler. Dos de ellos, Ludwig y Widny, habían sido compañeros de celda de Drechsler en Fort Hunt. Los siete fueron ahorcados el 28 de julio de 1945 en Fort Leavenworth, Kansas, en la que sería última ejecución múltiple de la historia de los Estados Unidos.

Kamikazes submarinos polacos

El 28 de abril de 1939 Hitler anunció en un discurso ante el Reichstag su pretensión de que la Ciudad Libre de Danzig fuese restituida al Reich, junto con una carretera y un ferrocarril extraterritoriales que cruzasen el "corredor polaco" y uniesen Prusia Oriental con el resto de Alemania. El 5 de mayo el gobierno alemán presentó oficialmente sus exigencias a Polonia. Al día siguente, el martes 6 de mayo, uno de los diarios más influyentes de Cracovia, el Ilustrowany Kurier Codzienny, publicó una carta escrita por Wladyslaw Bozyczko, un ciudadano de Varsovia, y firmada también por dos parientes suyos, los hermanos Edward y Leon Lutostanski. Iba dirigida a todos los polacos, con independencia de su sexo, edad, estado de salud, profesión o clase social, y en ella se hacía un llamamiento a los patriotas para que sacrificasen sus vidas en defensa de la nación presentándose voluntarios como torpedos vivientes en la guerra que parecía a punto de estallar.

Polonia se negó a doblegarse a las exigencias alemanas y buscó el respaldo de Francia y el Reino Unido, que se comprometieron a defender su integridad territorial. A medida que la crisis iba creciendo en intensidad, una auténtica fiebre patriótica se fue apoderando de la sociedad polaca. Muchos ciudadanos contribuyeron con donaciones económicas al fondo de defensa nacional, otros se presentaron voluntarios para combatir en las fuerzas armadas regulares. Y hubo también cientos de personas que fueron más allá y se mostraron dispuestos a aceptar la propuesta de Bozyczko. Solo tres semanas después de su publicación, el 27 de mayo, el Kurier informó que había recibido un millar de solicitudes de voluntarios dispuestos a alistarse en una unidad suicida: “Hay un flujo constante de cartas a nuestra oficina enviadas por los aspirantes voluntarios. Son tantos que es imposible presentar todos los nombres al mismo tiempo. Muchos de ellos nos han indicado que no demos sus nombres, ya que no están buscando fama. Hasta el momento nos han llegado más de 1.000. En los últimos días hemos recibido 311 cartas, incluyendo 23 de mujeres”. Por entonces, otros diarios y varias emisoras de radio se habían hecho eco del llamamiento y lo habían extendido por todo el país.

El martes 13 de junio de 1939 el Ilustrowany Kurier Codzienny publicó una lista de voluntarios, que fue actualizando a partir de entonces con nuevos nombres que se agregaban diariamente. También se publicaban extractos de las cartas en las que los aspirantes explicaban sus motivaciones: “Soy un jubilado de Lwow... Ahora soy libre, puedo hacer lo que quiera con mi vida. Tengo 60 años, no soy capaz de marchar con una carabina por un largo tiempo, pero me siento lo suficientemente fuerte como para aprender a operar un torpedo y ahorrar así al menos una vida joven”. “Soy mayor de 50 años, y creo que la gente como yo somos los mejores candidatos”. “Mi padre murió en la guerra, y mi honor de polaco me empuja a alistarme”. La gran mayoría de los voluntarios eran hombres relativamente jóvenes, con edades entre 19 y 38 años. En cuanto a las profesiones y el estatus social, la lista parecía ser muy transversal, incluyendo a personas de todo tipo y condición. Se recibieron también algunas solicitudes conjuntas, como por ejemplo la de un grupo de mineros del carbón de Nowa Wies, en la Alta Silesia. Un porcentaje considerable eran mujeres, a menudo muy jóvenes.

Las listas fueron enviadas a la Dirección de la Marina de Guerra en Varsovia. En un principio el gobierno y las fuerzas armadas polacas se mantuvieron al margen, y de hecho los militares nunca llegaron a participar de forma oficial en la campaña de reclutamiento, pero acabaron por hacer suya la propuesta de crear unidades suicidas (o al menos no la rechazaron abiertamente) y aceptaron a los voluntarios. Muchos de ellos recibieron por correo una notificación firmada por el comandante del Arma Submarina, el comodoro Eugeniusz Poplawski, en la que se les comunicaba que podían ser movilizados en caso de que estallase la guerra. Es probable que el inesperado éxito de la iniciativa ciudadana sorprendiese a los responsables de la Marina y les empujase a aprovechar la masiva afluencia de voluntarios. El número total de inscritos se ha calculado en torno a los 4.700. De ellos, unos 3.000 recibieron las tarjetas de identificación de la Marina firmadas por el comodoro Poplawski.

Durante el verano de 1939 el Estado Mayor del Ejército polaco había dado luz verde a la la creación de pequeñas unidades de voluntarios para llevar a cabo misiones especialmente arriesgadas. Varios de aquellos grupos recibieron un entrenamiento intensivo en las semanas previas al inicio de la invasión alemana y llegaron a combatir durante la guerra, en muchos casos continuando con operaciones de guerrilla tras la derrota del ejército regular. Al final de la campaña la mayor parte de los supervivientes se integraron en las organizaciones de resistencia. Pero no se conocen ataques suicidas por parte de esos grupos.

Tampoco hubo suicidas en los ataques con torpedos humanos que se realizaron durante la Segunda Guerra Mundial, a excepción de los Kaiten japoneses. Italia, Alemania y Gran Bretaña utilizaron torpedos tripulados en la guerra, en más de un caso con gran éxito. Pero no se esperaba que los pilotos muriesen en los ataques. Los tripulantes debían colocar y armar los torpedos y retirarse antes de la detonación. En cambio, los Kaiten sí eran auténticas armas suicidas. Y aunque hubiesen tenido la oportunidad de hacerlo, los pilotos japoneses difícilmente se habrían enfrentado al deshonor de volver con vida de sus misiones. Es de destacar que el desarrollo del Kaiten comenzó a partir de 1942, y que sus primeras operaciones fueron ya a finales de 1944, así que la unidad de torpedos tripulados polaca se habría adelantado en varios años a los japoneses.

Un número indeterminado de candidatos (algunas decenas) fueron seleccionados para formar parte de la primera unidad de torpedos humanos y conducidos a Gdynia, la principal base de la Marina polaca. Allí comenzaron a recibir instrucción sobre el arma que pilotarían. Pero su formación era exclusivamente teórica. Les mostraron los planos de tres modelos distintos de torpedo (uno puramente suicida y los otros dos tripulados pero con la posibilidad de que el piloto los abandonase antes de la detonación), e incluso les hicieron ver una película en la que se les explicaba con detalle sus características. Según decían los oficiales, la fabricación de las primeras unidades se había completado ya. Les insistían en que el secreto en todo lo relativo a los torpedos humanos tenía que ser absoluto.

Pero el inicio de la invasión alemana en septiembre de 1939 interrumpió los preparativos, y la inesperada derrota apenas tres semanas más tarde hizo que la historia de los planes polacos para crear una fuerza naval de ataque suicida cayese en el olvido.

También es posible que aquellos planes no hubiesen existido nunca...

Nadie ha visto ninguno de los torpedos tripulados que supuestamente habían sido ya fabricados. Es más, no hay ni rastro de los planos, ni se conocen proyectos de desarrollo en marcha, ni estudios, y menos aún planes de producción. Por eso hay quien cree que las unidades suicidas de la Marina polaca no fueron más que un intento de los militares de aprovechar con fines propagandísticos una campaña de movilización popular que contra todo pronóstico había logrado un enorme éxito. Es decir, que habrían hecho creer que aceptaban a los voluntarios suicidas, aunque en realidad nunca tuviesen la intención de utilizarlos.

Fuentes principales:
http://www.urodzinygdyni.pl/?p=2396
http://en.wikipedia.org/wiki/Living_torpedoes

Plánička y Neredlý, los héroes de la batalla de Toulouse

La década de los 30 fue la época dorada del fútbol centroeuropeo. En aquellos años las selecciones de Austria, Hungría o Checoslovaquia disputaban habitualmente los títulos internacionales a las grandes potencias futboleras. En la Copa del Mundo de 1934 Checoslovaquia llegó a la final liderada por sus dos grandes estrellas, el delantero Oldrich Nejedlý, reconocido a posteriori (nada menos que en 2006) como máximo goleador del torneo, y el portero František Plánička, considerado uno de los dos mejores del mundo en su época (en dura pugna con el español Ricardo Zamora).

Por tanto Checoslovaquia se presentó en la Copa del Mundo de 1938, disputada en Francia, como vigente subcampeona y uno de los rivales a batir. Comenzó bien el torneo, ganando en primera ronda a Holanda por 3-0. En cuartos de final esperaba uno de los equipos más fuertes de la competición, Brasil, que se había deshecho de Polonia en un partido que terminó con el espectacular resultado de 6-5 y que está considerado como uno de los mejores de la historia de los Mundiales.

El partido de cuartos de final entre Brasil y Checoslovaquia se disputó en Toulouse el 12 de junio de 1938. Fue uno de los partidos más violentos de la historia de la Copa del Mundo. El defensa brasileño Zezé Procópio salió al campo con el claro objetivo de impedir que Nejedlý tocase el balón. Y cumplió con su misión a rajatabla. En el minuto 12 lesionó al delantero checo, que tuvo que jugar el resto del partido con un tobillo fracturado (en aquella época no estaban permitidos los cambios). El encuentro degeneró en una sucesión de entradas peligrosas, marrullerías de todo tipo y enfrentamientos entre los jugadores. Procópio fue uno de los tres expulsados por el árbitro (dos brasileños y uno checo). Al final del partido permanecían en el campo más jugadores lesionados que sanos. Brasil se adelantó en el marcador con un gol de su estrella Leónidas. Nejedlý, a pesar de su lesión marcó el empate de penalti. Pero el auténtico héroe checo fue el portero Plánička, que tras un duro encontronazo con el brasileño Perácio tuvo que jugar buena parte del partido con un brazo roto y un hombro dislocado.

Al acabar el encuentro con el resultado de 1-1, los dos equipos tuvieron que jugar un partido de desempate en el mismo escenario dos días después. Pocos de los veintidós jugadores que participaron en el primer partido estaban en condiciones de repetir. Checoslovaquia no pudo contar con sus dos líderes, Plánička y Nejedlý. Quien sí jugó fue la gran estrella de Brasil, Leónidas, que lideró el triunfo de su equipo por 2-1. Así fue como Brasil pasó a semifinales y Checoslovaquia quedó eliminada.

Matthias Sindelar, un futbolista rebelde

Matthias Sindelar nació en febrero de 1903 en Kozlau, un pueblo de Moravia, por entonces uno de los estados integrados en el Imperio Austrohúngaro. Tres años después se trasladó con su familia a Viena cuando su padre, un humilde albañil, encontró trabajo en una fábrica de ladrillos de la capital. Matthias creció en un ambiente multicultural, en un barrio obrero habitado por judíos y emigrantes checos, croatas, húngaros, y del resto de nacionalidades del Imperio. De niño compartía una pasión con la mayor parte de sus amigos: el fútbol. Para los chicos que jugaban con pelotas de trapo en las calles de los suburbios industriales de Viena, aquello era más que un juego. Suponía una de las pocas oportunidades que se les presentaba de ascender socialmente y escapar de un futuro de miseria.

En 1917 el padre de Matthias murió en combate en el frente del Isonzo, y el muchacho tuvo que empezar a trabajar como aprendiz de cerrajero para ayudar a mantener a la familia. En aquella época comenzó a jugar en el equipo juvenil de su barrio, y pronto llamó la atención del Hertha Viena, con el que firmó su primer contrato con tan solo 15 años. Poco después fichó por el equipo más poderoso del país, el Austria de Viena.

Matthias se convirtió en la indiscutible estrella del equipo y en una auténtica celebridad nacional (fue uno de los primeros futbolistas de la historia en protagonizar anuncios publicitarios). Era un delantero centro goleador y muy técnico, que destacaba por su regate y su visión de juego. Debido a su delgadez y su aparente fragilidad se le conocía con el apodo de die Papierene ("el hombre de papel"). En 1926 debutó con la selección austriaca. Fue internacional en 44 partidos, anotando un total de 27 goles con su selección. En la década de los 30 Austria tenía una de los equipos nacionales más poderosos de Europa. Se les conocía como el Wunderteam, el “equipo maravilloso”. En la Copa Mundial de Fútbol de 1934 la selección austriaca llegó hasta semifinales, donde fue eliminada por Italia, el equipo anfitrión, que, según cuentan las crónicas, fue beneficiado con escandalosas ayudas arbitrales.

En marzo de 1938 se produjo el Anschluss, la incorporación de Austria al Reich alemán. Inmediatamente después de hacerse con el país, el gobierno nazi decretó la desaparición de la federación austriaca de fútbol. Se organizó un partido entre el Wunderteam y la selección alemana que sirviese como despedida del equipo austriaco ante su público. El encuentro se jugó el 3 de abril de 1938 en el Prater de Viena. Se dice que los dos equipos habían acordado un empate, y al llegar al último cuarto de hora el marcador continuaba con el 0-0 inicial, pero en ese momento varios de los jugadores austriacos se salieron del guión e hicieron todo lo posible por ganar. Karl Sesta marcó el primer gol de un disparo lejano, y poco después Sindelar marcó el definitivo 2-0 al aprovechar un rechace del portero contrario. Eufórico, Matthias se dirigió frente al palco, repleto de autoridades, y comenzó a bailar para celebrar su gol. A causa de aquel insulto y del liderazgo que ejercía sobre sus compañeros, los nazis le consideraron el instigador de la revuelta de los futbolistas austriacos. El partido también fue la despedida del fútbol de Matthias Sindelar. El seleccionador alemán trató de convencerle para que acudiese con su nuevo país la Copa Mundial que se iba a celebrar en Francia aquel verano, pero Matthias siempre se negó a jugar con Alemania.

Por si fuera poco, Sindelar se opuso públicamente a la “limpieza” de judíos que pretendían realizar los nazis en el fútbol austriaco. Apoyó al presidente del Austria de Viena, Michl Schwarz, de origen judío, cuando se vio obligado a abandonar su cargo. Aquello le colocó definitivamente en el punto de mira de la Gestapo.

Tras su retirada Sindelar se convirtió en un asiduo cliente de bares y clubs nocturnos. Su afición a las juergas y las mujeres era conocida en toda Viena, aunque él mostraba una clara predilección por los ambientes de judíos e inmigrantes. En septiembre de 1938 compró a un amigo judío de su barrio un bar famoso por su clientela de revolucionarios, artistas y otra gente “de mal vivir”.

El 23 de enero de 1939 un amigo de Sindelar llamado Gustav Hartmann, preocupado por no saber nada de él desde hacía varios días, forzó la puerta de su casa y le encontró muerto en la cama junto a su última pareja sentimental, Camilla Castagnola, una italiana de origen judío diez años mayor que él. La investigación concluyó que las muertes se habían producido por intoxicación voluntaria de monóxido de carbono, pero pocos de los que conocían a Matthias estuvieron dispuestos a creer que se hubiese suicidado. Tratando de despejar las dudas de la gente, las autoridades hicieron circular rumores sobre la vida desordenada del futbolista y sus excesos con las drogas. Al final acabaron modificando la versión oficial para explicar que había sido un accidente casero. Eso les permitía esquivar un grave problema que se les planteaba: las leyes alemanas prohibían que los suicidas tuviesen funerales públicos, pero no había forma de impedir que los vieneses se echasen masivamente a la calle para dar su último adiós a uno de sus conciudadanos más populares. Decretando que las muertes habían sido accidentales evitaban que el funeral acabase convertido en una manifestación popular antinazi.

El día del entierro de Matthias Sindelar se superaron todas las previsiones y decenas de miles de personas abarrotaron las calles de Viena. Muchos de los amigos del futbolista estaban convencidos de que Sindelar y su novia habían sido asesinados por la Gestapo, que supuestamente habría manipulado las conducciones de gas de su casa. Otros seguían creyendo que el acoso al que les estaban sometiendo los nazis había empujado al suicidio a la pareja. La muerte de Sindelar se convirtió en un apasionado tema de debate en bares y reuniones familiares, aunque en público pocos se atrevieron a poner en duda las explicaciones oficiales.

El mayor robo de diamantes de la historia

El teniente coronel Montagu Reaney Chidson (conocido familiarmente como “Monty”) era un oficial de artillería británico que en su juventud había sido pionero de la aviación, prisionero de guerra y héroe de la Primera Guerra Mundial. Ya cerca de la cincuentena, disfrutaba de un apacible destino como agregado militar en Holanda, el país de origen de su esposa. El comienzo del ataque alemán violando la neutralidad holandesa, el 10 de mayo de 1940, le sorprendió en la embajada británica en La Haya. Aunque no es del todo correcto decir que “le sorprendió”, ya que en toda Holanda eran pocas las personas que podían presumir de tener más información que él de las intenciones alemanas. Porque en realidad Reaney Chidson era un agente del MI6, el servicio de espionaje británico. Llevaba semanas esperando aquel momento y poniendo a punto un plan que debía ejecutar en cuanto tuviese noticia del comienzo de la invasión.

Reaney Chidson abandonó la embajada británica vestido de civil (lo que por cierto suponía una más que probable ejecución por espionaje en caso de que los alemanes le capturasen) y se dirigió al principal mercado de diamantes de Amsterdam. Había logrado hacerse con una llave del edificio, y, aunque no tenía la combinación de la cámara de seguridad, sus informadores le habían dado algunas pistas que esperaba que le ayudasen a abrirla. En aquella época Amsterdam todavía era el centro del comercio de diamantes más importante del mundo. Aprovechando el caos del momento, Montagu entró en el edificio vacío y se dirigió a la cámara. Pasaban las horas y la puerta se le resistía. Al día siguiente continuaba trabajando, tratando de forzar las cerraduras de la caja fuerte. Entonces oyó ruidos y voces que le hicieron pensar que los soldados alemanes habían entrado en el edificio. Era cuestión de tiempo que las tropas invasoras apareciesen para hacerse con el tesoro que se guardaba allí. Pero Reaney Chidson no se dejó llevar por el pánico y continuó con su misión hasta que por fin consiguió abrir la puerta de la cámara. Huyó del lugar llevándose todos los diamantes que pudo cargar. De alguna manera logró cruzar el Mar del Norte y llegar a Inglaterra. En Gran Bretaña entregó su botín a la reina Guillermina y al gobierno holandés en el exilio.

Se dice que este fue el mayor robo de diamantes de la historia, aunque entre la poca información que he encontrado sobre el episodio no he podido descubrir ningún dato concreto sobre las cantidades robadas o el valor del botín. Pero hay un detalle que me hace suponer que es una historia auténtica. Pocos meses después de su regreso a Inglaterra, a Reaney Chidson le fue concedida la Orden al Servicio Distinguido como miembro de la Fuerza Expedicionaria Británica. La concesión se publicó en la London Gazette (el Boletín Oficial británico) el 20 de diciembre de 1940, donde se especificaba que recibía la distinción “en reconocimiento a su valor en Francia y Flandes”. La Orden al Servicio Distinguido (DSO) era una condecoración que se daba exclusivamente a oficiales que hubiesen destacado por su liderazgo y valor en el campo de batalla. Al menos así ocurría desde 1917, cuando las protestas de los militares que servían en primera línea obligó a acabar con los abusos en la concesión de aquella prestigiosa medalla a oficiales de Estado Mayor. En 1940 habría sido totalmente imposible que un agregado militar en una embajada hubiese recibido la DSO a menos que hubiese protagonizado una acción especialmente arriesgada y meritoria.

Reaney Chidson continuó trabajando para el servicio secreto durante el resto de la guerra. Entre 1943 y 1944 fue el responsable de seguridad de la embajada británica en Ankara. Precisamente en aquellos meses un mayordomo turco-albanés al servicio del embajador llamado Elyesa Bazna se dedicó a fotografiar todos los documentos secretos que caían en sus manos para vendérselos a los alemanes. Bazna, conocido con el nombre en clave de Cicerón, fue probablemente el espía alemán más importante de toda la Segunda Guerra Mundial. Está claro que la labor de Reaney Chidson en Turquía no fue tan brillante como su desempeño en Holanda.

El mago que hizo desaparecer el Canal de Suez... o quizá no

Jasper Maskelyne nació en Inglaterra en 1.902, en el seno de una familia de ilusionistas dedicada desde hacía varias generaciones al mundo del espectáculo. Un abuelo suyo, John Nevil Maskelyne, había sido uno de los magos más famosos de la Inglaterra victoriana. Jasper siguió la tradición familiar y a finales de los años 30 se hizo popular con un llamativo número en el que (aparentemente) comía cuchillas de afeitar. Pero justo cuando parecía que le había llegado la fama estalló la guerra y los teatros se quedaron vacíos. Maskelyne decidió entonces abandonar temporalmente su prometedora carrera artística para alistarse en el ejército.

Maskelyne estaba convencido de que sus habilidades podían tener una utilidad militar. Tal como decía, "si puedo engañar a los espectadores a unos pocos metros de distancia, seguro que puedo engañar a los alemanes a cientos de millas". Con esa idea, en octubre de 1940 ingresó en la unidad de camuflaje del Real Regimiento de Ingenieros, después de convencer a un grupo de oficiales haciendo ante ellos una demostración de técnicas de enmascaramiento de nidos de ametralladoras. Fue destinado al norte de África, un teatro de operaciones en el que el camuflaje y el engaño constituían dos elementos fundamentales en cualquier acción militar.

Maskelyne llegó a El Cairo en la primavera de 1941. Al principio sus superiores le recibieron con escepticismo, y en lugar de permitirle poner en práctica sus ideas prefirieron encargarle la tarea de entretener a las tropas con espectáculos de magia. Después de mucho insistir, consiguió al fin que el alto mando le diese el permiso para crear y dirigir una unidad experimental de camuflaje, a la que llamó Magic Gang (algo así como “la banda mágica”). El propio Maskelyne seleccionó personalmente a los miembros de su equipo, un variopinto grupo formado, entre otros, por un dibujante, un ceramista, un lampista, un técnico electricista o un carpintero montador de decorados.

Después de permanecer varios meses inactivos esperando a que les asignasen alguna misión, finalmente en junio de 1941 la Magic Gang recibió su primera tarea: proteger el puerto de Alejandría de los ataques aéreos de la Luftwaffe. Tras estudiar detenidamente el puerto, Maskelyne y su equipo diseñaron contra reloj varios métodos distintos de ocultación. Utilizando luces y maquetas de cartón y lona, construyeron una réplica del puerto en la bahía de Maryut, a pocos kilómetros de distancia. La estratagema se puso a prueba por primera vez en la noche del 22 de junio, cuando Alejandría tuvo que enfrentarse a un nuevo raid alemán, El puerto se oscureció completamente en cuanto se dio la alarma de ataque aéreo. Al mismo tiempo se encendieron las luces del señuelo, guiando hacia él a los pilotos alemanes. Para reforzar el engaño, Maskelyne había preparado cargas explosivas que hizo detonar al comienzo del ataque, haciendo creer a los tripulantes de los aviones que sus compañeros habían iniciado el bombardeo e induciéndoles a lanzar ellos también sus bombas contra el mismo objetivo. La trampa funcionó a la perfección. Durante varias noches seguidas, los bombarderos alemanes estuvieron atacando el falso puerto sin percatarse de su error.

Tras aquel primer éxito, Maskelyne fue ascendido a comandante y recibió un encargo que suponía un reto aún mayor que el anterior: ocultar el Canal de Suez a la vista de los bombarderos alemanes. El canal, única entrada al Mediterráneo oriental, era la vía por la que las fuerzas de la Commonwealth de Egipto y Oriente Próximo recibían todos sus suministros. Por esa razón era un objetivo prioritario para la Luftwaffe, sin que las baterías antiaéreas desplegadas en sus orillas pudiesen hacer mucho por detener los raids alemanes. Maskelyne inmediatamente se dio cuenta de la imposibilidad de hacer desaparecer a la vista un canal de 161 Km de longitud. En lugar de eso se centró en buscar la manera de cegar a los que lo sobrevolasen. Ideó un mecanismo, el “pulverizador giratorio”, consistente en un reflector que rotaba de forma continua lanzando al cielo haces de luces estroboscópicas. En el otoño de 1941 se desplegaron a lo largo del canal veintiún reflectores con los pulverizadores giratorios instalados en ellos. Maskelyne quiso comprobar por sí mismo cómo funcionaba su invento y se subió a un caza para poder verlo desde el aire. Al sobrevolar el canal, el juego de luces deslumbró momentáneamente al piloto del avión, que se desorientó y estuvo a punto de estrellar el aparato contra el suelo. Maskelyne se libró por poco de morir víctima de su propio ingenio. El sistema de luces funcionó perfectamente, y el canal pudo permanecer a salvo de los bombardeos enemigos hasta el final de la guerra.

En los meses posteriores Maskelyne continuó trabajando en idear trucos para engañar al enemigo. Tuvo un importante papel en la Operación Lighfoot, una de las operaciones de engaño más complejas y decisivas de la guerra. Consistió en hacer creer a los alemanes que las fuerzas de la Commonwealth en Egipto se estaban preparando para lanzar una ofensiva en el sur, muy lejos de donde realmente iban a atacar, cerca de la línea de la costa (el principal punto de ruptura del frente iba a estar en torno a un insignificante apeadero de ferrocarril llamado El Alamein). Para ello tenían que simular concentraciones de tropas y movimientos de unidades mecanizadas a través del desierto y al mismo tiempo enmascarar el despliegue auténtico a muchos kilómetros de distancia. Ocultar o simular grandes movimientos de tropas y vehículos en un terreno como el del desierto occidental egipcio, totalmente abierto y sin ninguna posibilidad de esconderse a la vista del enemigo, parecía una tarea imposible. Pero lo consiguieron, gracias a una variada de colección de equipos de camuflaje, efectos ópticos y maquetas: el desierto se llenó de tanques de lona, cañones de madera, soldados de cartón, falsas rodadas de camiones, comunicaciones de radio ficticias...

Más tarde Maskeline colaboró con la OSS estadounidense como experto en camuflaje. Se licenció en 1946 con el rango de coronel. Estaba muy orgulloso de su contribución a la victoria, y tras su regreso a los escenarios consiguió el permiso del Ejército Británico para actuar vistiendo su uniforme militar. Cuando su carrera artística empezó a decaer se retiró a Kenia, donde murió en 1973.

Se dice que muchos datos de las operaciones en las que supuestamente participó Maskelyne siguen siendo información clasificada en la actualidad, lo que explicaría por qué se sabe tan poco de ellas. Hay que aclarar que gran parte de lo que se conoce sobre él proviene de su autobiografía, escrita unos años después del final de la guerra, y que muchos consideran que da una versión de la historia no demasiado fiel a los hechos reales. Lo cierto es que parece poco creíble que en 1949, cuando se publicó el libro, el Ejército le hubiese permitido revelar información que lógicamente aún era secreta. Es verdad que sirvió en una unidad de camuflaje destacada en Egipto, y seguro que en aquel destino supo sacar partido a sus habilidades como ilusionista, pero lo más probable es que la mayoría de sus hazañas sean pura ficción. No lo es, por ejemplo, el “escudo solar”, un invento suyo que permitía a los tanques hacerse pasar por camiones, cubriéndose automáticamente con unas lonas y modificando sus rodadas para sustituir las marcas de cadenas por otras de neumáticos. Pero al parecer exageró mucho su aportación a la Operación Lightfoot. Y de sus dos grandes trucos, el traslado del puerto de Alejandría y la ocultación del Canal de Suez, no hay ninguna prueba aparte de su palabra. También sirvió en el MI9, donde ayudó a diseñar equipos de fuga ocultos en ropas y juegos de mesa que se enviaban a los prisioneros capturados por los alemanes, aunque, probablemente, los mayores servicios que prestó a su país durante la guerra fueron los espectáculos de magia que ofrecía a las tropas.

En resumen, en esta historia todo es una ilusión.