El cabo Sierra

En 1943 los enemigos más temidos de los pilotos del 64º Sentai, desplegado en Birmania, eran los B-24 Liberator del 7º Grupo de Bombardeo de la USAAF con base en la India. El 64º Sentai era un grupo de caza que volaba con los veteranos Ki-43. El Nakajima Ki-43 Hayabusa fue el caza más utilizado por el Servicio Aéreo del Ejército Imperial. Era un buen avión, ligero, maniobrable y de pilotaje sencillo, que al principio de la guerra demostró ser superior a muchos de los cazas estadounidenses de la época (como el P-36, el P-40 o el Brewster Buffalo). Pero ante enemigos más poderosos mostraba unas deficiencias importantes. Estaba muy pobremente armado, con solo dos ametralladoras de 12,7 milímetros. Y con apenas blindaje y sin depósitos de combustible autosellantes, era muy vulnerable. No era el mejor caza para enfrentarse a bombarderos pesados erizados de armas defensivas.

Las insistentes peticiones de las escuadrillas de caza que defendían Birmania, solicitando más medios para hacer frente a las incursiones de los bombarderos estadounidenses, eran ignoradas de forma sistemática por el alto mando. A falta de aviones adecuados, los pilotos japoneses tenían que confiar en su valor y su habilidad para derrotar a los B-24. Pero la situación empezaba a afectar a la moral de los hombres. En una ocasión el teniente Saburo Nakamura, comandante de la 1ª Chutai (escuadrilla), reunió a los pilotos bajo su mando y pronunció un encendido discurso con el que pretendía reavivar su espíritu de lucha: “Cuando vuelo en mi Hayabusa nada puede derribarme, ni siquiera una docena de cazas enemigos. Daré un puñetazo a cualquier piloto que salga de un combate con impactos de cazas enemigos. Y también daré un puñetazo a cualquier piloto que no salga con impactos de un ataque a bombarderos enemigos”.

Entre los que escuchaban aquellas palabras estaba el cabo Tomio Kamiguchi, de 19 años, uno de los pilotos más jóvenes e inexpertos del 64º Sentai. El mensaje del teniente Nakamura estaba claro: la única manera de luchar contra los bombarderos era arriesgando al máximo. El cabo Kamiguchi iba a seguir aquella consigna a rajatabla.

El 26 de octubre de 1943 diez Ki-43 del 64º Sentai y cinco Kawasaki Ki-45 del 21º Sentai despegaron para salir al encuentro de una formación de veintiocho Liberators del 7º Grupo de Bombardeo que regresaban de una incursión sobre Rangún. En el combate, que duró más de 45 minutos, los estadounidenses reclamaron el derribo de cuatro cazas enemigos, pero perdieron uno de sus aviones, un B-24 pilotado por el teniente Roy G. Vaughan, que fue embestido por el Ki-43 del cabo Kamiguchi. El caza golpeó al bombardero en su parte central, cerca de la posición de los artilleros de cintura, haciendo que se partiese por la mitad y se estrellase en la jungla. Solo sobrevivió el oficial de bombardeo, el alférez Gus Johnston, que consiguió saltar en paracaídas y fue hecho prisionero. Kamiguchi salió despedido tras el choque, abrió su paracaídas y llegó a tierra sin sufrir ningún daño.

Cuando tuvo noticia de lo ocurrido, el general Shinichi Tanaka, comandante de la 5ª División Aérea, cubrió de elogios a Kamiguchi y se puso en contacto con la prensa para que diesen a conocer su hazaña. Kamiguchi se convirtió en un héroe nacional. Los periodistas le apodaban “el cabo Sierra”, porque decían que había serrado el fuselaje del bombardero con la hélice de su caza.

Pero no todo el mundo estaba igual de impresionado con la gesta del cabo Kamiguchi. Sus compañeros más veteranos aseguraron que su embestida había sido innecesaria, ya que el bombardero estadounidense había sido dañado de gravedad durante el combate y estaba cayendo cuando recibió el golpe del Ki-43. La escuadrilla adjudicó el derribo de forma compartida al alférez Naoyuki Ito y al sargento Takuwa, olvidando deliberadamente a Kamiguchi. Años después Ito seguía asegurando que el avión ya había sido derribado cuando Kamiguchi lo atacó: “Habría sido muy difícil para él, si no imposible, embestirlo si todas sus armas hubiesen estado operativas”. Ito también explicó que los veteranos temían que los más jóvenes siguiesen el ejemplo de Kamiguchi y cometiesen más imprudencias como la suya.

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