Nos veremos en el Valhalla

Heinrich Ehrler, que acabaría siendo uno de los mayores ases de caza de la historia, se alistó en la Luftwaffe en 1935, cuando tenía 18 años. Pero no lo hizo como aspirante a piloto, sino como artillero en un regimiento antiaéreo. Como tal sirvió en la Legión Cóndor durante la Guerra Civil Española. No fue hasta enero de 1940, con la guerra en Europa ya comenzada, cuando pidió su traslado a las fuerzas aéreas. Su solicitud de transferencia fue aceptada, y durante un año estuvo formándose como piloto en las escuelas de vuelo de la Luftwaffe. En enero de 1941 completó su periodo de entrenamiento como piloto de caza y se graduó con el rango de Leutnant (alférez).

Ehrler fue destinado al Staffel 4 (4ª escuadrilla) del JG 5 (Jagdgeschwader 5, o 5ª Ala de Caza), desplegado en Noruega. La misión principal del JG 5 era combatir a la Fuerza Aérea Soviética en el frente de Murmansk, Carelia y la península de Kola, aunque entre sus cometidos también estaban proteger Noruega de las incursiones de bombarderos británicos y dar escolta a los Ju 88 y He 111 enviados a interceptar los convoyes aliados con destino a la Unión Soviética.

La primera victoria de Ehrler en un combate aéreo se produjo en mayo de 1941, cuando reclamó el derribo de un Bristol Blenheim de la RAF. La segunda no llegaría hasta el 19 de febrero de 1942, el día que abatió un Polikarpov I-153 soviético. A partir de entonces sus cifras de derribos se dispararon. El 20 de julio de 1942, después de su 11ª victoria, logró el ascenso a Oberleutnant (teniente) y recibió el mando del Staffel 6. El 1 de junio de 1943 fue ascendido a Hauptmann (capitán) y nombrado comandante del 2º grupo de caza del JG 5. Pocos días más tarde alcanzó su victoria número 100. El 1 de agosto de 1944 recibió un nuevo ascenso a Major (comandante) y el mando supremo de todo el JG 5. Poco después el mismísimo Führer le impuso la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro con hojas de roble. El 22 de octubre de 1944 consiguió su victoria 199. Ehrler estaba en la cumbre de su carrera. Se había convertido en uno de los mayores ases de caza y uno de los comandantes más prestigiosos de toda la Luftwaffe.

Y entonces los ingleses hundieron el Tirpitz.

El acorazado Tirpitz, el buque más poderoso de la Kriegsmarine, hacía tiempo que era un objetivo prioritario para la Royal Navy. Su presencia en aguas noruegas era una amenaza para las rutas de los convoyes del Ártico que transportaban a la Unión Soviética suministros vitales para mantener su esfuerzo de guerra. En menos de siete meses los británicos habían lanzado un total de once raids aéreos que le habían causado daños considerables, pero el Tirpitz resistía. Finalmente el 12 de noviembre de 1944 la RAF lanzó su ataque definitivo contra el acorazado, que se había refugiado en el fiordo de Tromsø, en el norte de Noruega. Treinta bombarderos Avro Lancaster de las escuadrillas 617ª y 9ª superaron las defensas antiaéreas y soltaron sus bombas sobre el buque, que fue alcanzado por varias de ellas y volcó sobre su lado de babor. Unos mil tripulantes murieron en el ataque. Ni un solo caza de la Luftwaffe apareció para hacer frente a los bombarderos enemigos.

El comandante Ehrler se encontraba a menos de cincuenta kilómetros de distancia, en la base aérea de Bardufoss. Contaba con doce cazas Focke-Wulf Fw 190 del Staffel 9, que al darse la alarma despegaron sin pérdida de tiempo al mando del propio Ehrler. Cuando ya estaban en el aire recibieron informaciones contradictorias sobre el objetivo que estaba siendo atacado. En un primer momento les dirigieron al fiordo de Alta, situado más al norte, y que había sido el anterior fondeadero del Tirpitz. Cuando al fin llegaron sobre Tromsø, era demasiado tarde. El ataque había concluido y el Tirpitz estaba volcado y hundido casi en su totalidad.

Toda la culpa del bochornoso papel de la Luftwaffe en la pérdida del Tirpitz recayó en el comandante Ehrler, que se convirtió en el chivo expiatorio que tenía que pagar por los numerosos errores cometidos por el alto mando. Sus superiores le reprocharon que no hubiese actuado tal como requería la gravedad de la situación y que hubiese estado más interesado en conseguir su victoria número 200 (lo que supuestamente le habría hecho despegar al mando de la escuadrilla en lugar de quedarse a dirigir los cazas desde tierra) que en cumplir con su deber. En diciembre fue sometido a un consejo de guerra en Oslo. Se enfrentaba a una más que probable pena de muerte, y más aún cuando durante el juicio se presentaron pruebas que demostraban que las unidades bajo su mando habían ignorado las demandas de ayuda de la Kriegsmarine. Ehrler fue declarado culpable. Se libró de la ejecución, pero fue relevado del mando, degradado y sentenciado a tres años y dos meses de prisión.

En cuanto se conoció la sentencia varios de sus subordinados se movilizaron para conseguir la rehabilitación de su comandante. Presentaron declaraciones juradas en las que aseguraban que sus escuadrillas no habían sido informadas del cambio de fondeadero del Tirpitz, de Alta a Tromsø, dos semanas antes del ataque británico. Sus quejas llegaron hasta el mariscal Göring, que tuvo que reconocer que, independientemente de los errores que hubiera podido cometer Ehrler, el fallo principal había estado en una muy deficiente coordinación entre la Kriegsmarine y la Luftwaffe. Se revisó su caso, y unas semanas más tarde el cuartel general del Führer anunció que la sentencia quedaba revocada. Ehrler recuperó su rango, pero no el mando de su unidad. Sería destinado a una escuadrilla de primera línea, donde tendría la oportunidad de rehabilitarse.

El 27 de febrero de 1945 Ehrler fue trasladado al JG 7, un ala de caza equipada con aviones a reacción Messerschmitt Me 262 que desde sus bases en el norte de Alemania tenía como misión proteger el Reich de los raids aliados. Había conseguido su 200ª victoria el 20 de noviembre, antes de su juicio. En las cinco semanas que sirvió en el JG 7 logró ocho derribos más (siete bombarderos pesados B-24 y B-17 y un caza P-51 Mustang), dejando la cifra definitiva en 208, lo que le convierte en uno de los diez mayores ases de la aviación de todos los tiempos (según las cifras oficiales de la Luftwaffe, que pese a su fama de meticulosidad solía exagerar bastante las victorias, como todos).

La mañana del 4 de abril de 1945 la escuadrilla de Ehrler despegó con sus Me 262 del campo de aviación de Brandenburg-Briest para interceptar una formación de B-24 que regresaban de atacar el aeródromo de Parchim. El encuentro se produjo al este de Hamburgo. Durante el combate Ehrler derribó dos de los bombarderos enemigos, y al parecer su caza fue alcanzado por las ametralladoras de un tercer Liberator, aunque eso no le hizo abandonar la lucha. Minutos después atacó a otro B-24, el “Trouble'n Mind”, pilotado por el capitán John Ray. Cuando agotó las municiones, decidió estrellarse contra él. Por lo que se cuenta de su último mensaje, fue una acción deliberadamente suicida: “Theo, me he quedado sin municiones, voy a embestir. Adiós. Nos veremos en el Valhalla”. “Theo” era Theodor Weissenberger, el comandante del JG 7. Después de la embestida los dos aviones cayeron envueltos en llamas. El cuerpo de Ehrler se recuperó de entre los restos de su caza.

La historia del mensaje de radio de Ehrler anunciando su decisión de sacrificarse parece un mito, pero lo cierto es que fue confirmada por varios testigos, entre ellos el propio comandante Weissenberger o el teniente Walter Schuck, compañero suyo tanto en el JG 5 como en el JG 7, y que escribió un libro autobiográfico después de la guerra. La frase “nos veremos en el Valhalla” tenía cierta tradición en la Luftwaffe. Años antes la había pronunciado el mariscal Göring en el funeral de Werner Mölders, el primer piloto que alcanzó las cien victorias en combate aéreo.

2 comentarios:

  1. Me llama la atención que Ehrler no hubiese saltado del avión, pero supongo que también dependería de como embistió a ese Liberator. Quizá fuese porque no le dio tiempo
    O tal vez se sacrificase deliberadamente, como si buscase recuperar el honor que le arrebataron en el juicio.
    Puede que los ases de la Gran Guerra sean más conocidos, pero los de este conflicto, gente como Ehrler, no tienen nada que envidiarles.
    Otro buen artículo de tantos.
    Un saludo.

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    1. Si aceptamos que el mensaje es auténtico habrá que suponer que fue un sacrificio deliberado. Puede que lo hiciese para limpiar su honor después de su caida en desgracia por el hundimiento del Tirpitz.
      Un saludo, Fer.

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